Tiene razón Maslow que los muy exigentes niveles superiores de la condición humana solo pueden desarrollarse plenamente en un quinto nivel que califica de ‘autorealización’, de ‘necesidad de ser’ y de ‘motivación para el crecimiento’ personal y espiritual. Como pueden parecer fórmulas muy abstractas, poco precisas y quizás poco importantes, preferimos sintetizarlas y vincularlas a la necesidad humana de construir proyectos personales y colectivos[1] a medio o largo plazo y que aúnan aspectos intelectuales y vitales.
Por eso Kant destaco que hay una tendencia dual profunda en la humanidad que llamó ‘insociable sociabilidad’ pues todo el mundo, a pesar de tener importantes tendencias insociables, necesita camuflarlas tras tendencias sociables para evitar ser rechazado o castigado socialmente. Y al contrario, por muy insociable que sea algún individuo, necesita muchas veces de los otros y no se atreve a romper todos los vínculos y, al menos, simula respetar algunas normas de ‘sociabilidad’.
Es en este sentido en que, como hemos dicho, la especie humana es social o ‘hipersocial’ en la acepción del sociobiólogo Edward O. Wilson (2012). Y como ya decían los griegos clásicos, la humanidad es zoon politikon y no vive aislada ni en total soledad. Aunque los humanos pueden ser ‘lobos para otros humanos’ (Thomas Hobbes), necesitan vivir en sociedad, construir Leviatanes y proyectos sociopolíticos.
Puede parecer paradójico que la ciudadanía se ejerza sobre todo en el ágora, el foro, el mercado, la plaza y las instituciones públicas, pero necesite siempre construir ese ejercicio desde el recogimiento, la regeneración, la reflexión, la recuperación del equilibrio homeostático y las funciones que hemos destacado del hogar o el Oikos. También aquí el hogar juega roles decisivos, si bien más sutiles y que a menudo son olvidados, a pesar de ser absolutamente necesarios para la vida en las sociedades humanas y especialmente en las avanzadas.
Son cada vez más necesarios en las sociedades tecnológicamente avanzadas, pero siempre lo han sido de alguna manera. En cierto sentido y como sugiere Hans Blumengerg (2004), las instituciones sociopolíticas y el Estado son también “hogares-cápsula” colectivos que los humanos se han ido construyendo, ampliando la gran distinción entre physis y nomos o entre naturaleza y cultura. Recordemos que en el diálogo Protágoras de Platón (1997, Protágoras, 322d), se destaca que la humanidad no tiene suficiente con el fuego y la habilidad técnica que Prometeo roba a los dioses, pues además necesita la virtud de la justicia. Y por eso Zeus ordena que ‘al incapaz de participar del honor y de la justicia lo eliminen como a una enfermedad de la ciudad’.
Más allá del ensayo titulado así, es muy significativo que, al menos las élites masculinas, suelen tener espacios privados de trabajo, de recogimiento, de sociabilidad e incluso de ocio (Mayos, 2012). Pensemos que tradicionalmente solían ser espacios masculinos los despachos, los gabinetes, las oficinas, los buffets…. También solían serlo espacios más semipúblicos como los clubs selectos, los casinos, los ateneos… donde la ocasional presencia femenina solía provocar escándalo y era rechazada.
En cambio, las mujeres eran recluidas en las salas conjuntas del hogar junto con los niños y el servicio, o en ámbitos tutelados y exclusivamente femeninos como el gineceo. Sólo muy tarde se abrió como un espacio específico para las mujeres de clases altas el llamado ‘tocador’ que, a veces, era simplemente una mesa con espejo, adyacente al dormitorio y que ciertamente tenía un uso bastante más restrictivo que el despacho de los varones.
Así, cuando bien avanzado el siglo XVIII, aparecieron los llamados ‘salones’ que eran primero aristocráticos y luego de la alta burguesía, eran espacios privados abiertos semipúblicamente con cierta regularidad. Pronto se convirtieron no tan solo en centros de convivencialidad, cultura y de opinión pública, sino también de política. No tan solo se discutían no inédita libertad cuestiones filosóficas y sociopolíticas de gran transcendencia, sino que se llevaban a cabo acuerdos, alianzas, confabulaciones y conspiraciones políticas importantes (Mayos, 2014). Además, ello ya solía incluir al llamado ‘segundo sexo’ por Simone De Beauvoir. Pues no sólo se invitaban y recibían familias, parejas e incluso mujeres solteras, sino que además actuaba de anfitriona una mujer.
Podemos ver, pues, que los humanos necesitan de esas específicas funciones del hogar, en tanto que mamíferos grupales y familiares, pero también seres culturales -zoon logon-, animales políticos -zoon politikon- y (cada vez más) individuos y grupos que necesitan construir proyectos psicológico-vitales personales y socio-políticos colectivos para ser valiosos y reconocidos en las sociedades. Los humanos necesitan también construir sus subjetivaciones (Gilles Deleuze y Félix Guattari), sus proyectos y relatos personales, para ser reconocidos políticamente, cultural y científicamente, que son los ámbitos que Arendt (1993) analiza bajo los términos ‘labor’ y ‘acción política’.
[1] El juez federal brasilero Bruno Augusto Santos Oliveira está llevando a cabo en la Universitat de Barcelona un muy interesante doctorado sobre el derecho al proyecto de vida, bajo la dirección del profesor de la UFMG André L. Freitas Dias y de mi mismo.
A partir del artículo “Macrofilosofia del hogar, de su falta y de las necesidades humanas” de Gonçal Mayos (pp. 136-159) en A população em situação de rua e a questão da moradia, Daniel Gaio e Ana Paula S. Diniz, (Organizadores). Belo Horizonte: Impresa Universitária da UFMG, 2021, 283 p., Ebook, ISBN: 978-85-7470-054-0. Disponível em: https://www.bu.ufmg.br/imagem/000026/000026ff.pdf.
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