No podemos alargarnos en los detalles, pero está
claro que la permanente implicación personal en una compleja e inacabable
formación genera nuevos modos de vulnerabilidad
y precarización, además de exigir ímprobos esfuerzos.
Incluso, en la medida que obliga a diferir
unos rendimientos económicos que sólo se concretarán a largo plazo, comporta un
tipo muy “extraño” de mentalidad en la especie humana. Exige un tipo de
individuo dispuesto a esforzarse durante años y años por una recompensa lejana
y -en el fondo- ¡no asegurada!
Exige alguien muy individualizado, capaz de aislarse
de gran parte de la sociedad y caminar incansablemente y como compitiendo con
todo el mundo en la tarea de autoformarse para una lejana y no segura
oportunidad para rentabilizar todo ese esfuerzo.
Sin duda, este tipo de mentalidad y de formación es
realmente muy difícil de adquirir, especialmente para poblaciones acostumbradas
a vivir el día a día o que vienen de entornos preindustriales desestructurados.
Creemos que –comparativamente- las nuevas mentalidades y actitudes que exige el
capitalismo cognitivo turboglobalitzado son mucho más difíciles de desarrollar,
incluso que durante la durísima industrialización fordista (que Charles Dickens
divulgó en su crudeza).
Si tenemos razón, es muy fuerte la
vulnerabilidad, precarización y fragilización sufrida por las personas formadas
en sociedades no fordistas, que deben abandonar sus sociedades para reconstruir
sus vidas –si pueden- en nuevos y para ellos muy extraños entornos, no solo
fordistas-tayloristas sino incluso postfordistas.
Su vulnerabilidad,
precariedad y malestares pueden ser claramente superiores a las angustias que
tan bien reflejan Tiempos modernos de
Chaplin, las novelas realistas de Dickens o Zola, los pintores y los fotógrafos
con intención social, etc.
Estas obras artísticas, más quizás que los fríos
ensayos sociológicos, nos ayudan a percibir las enajenaciones, complejidades y
angustias de la vida industrial fordista, y complementan eficazmente nuestras
experiencias personales. Pero casi todo eso está por hacer con respecto a la
vida postindustrial y del capitalismo cognitivo, donde nuestras experiencias
personales desarrolladas en poco más que una década, apenas son complementadas
por obras artísticas o teóricas que visibilicen y plasmen las dificultades
experimentadas por la gente.
Por eso muchas veces no percibimos las
vulneraciones, precarizaciones, fragilizaciones y damnificaciones producidas. Tendemos
a minimizarlas, cuando no incluso a legitimar la vulnerabilidad resultante, a
pesar que sea muy cruel y se manifieste en todos los órdenes de la existencia.
Además, como en el siglo XIX, todavía tendemos a presuponer que se trata de vulnerabilidades inevitables, neutrales, naturales… que -como un huracán- no comportan ninguna responsabilidad social ni política, y con las que ningún humano (e incluso la sociedad en su conjunto) no tiene nada que ver.
Además, como en el siglo XIX, todavía tendemos a presuponer que se trata de vulnerabilidades inevitables, neutrales, naturales… que -como un huracán- no comportan ninguna responsabilidad social ni política, y con las que ningún humano (e incluso la sociedad en su conjunto) no tiene nada que ver.
Pero en cambio y egoístamente, se evita luchar en contra de que los afortunados grupos sociales hiperbeneficiados por los cambios puedan constituirse en elites extractivas globales que bloqueen el empoderamiento del resto de la población. Por eso hay muy poca presión en favor de mecanismos compensatorios (Mayos en prensa) que redistribuyan el bienestar de los beneficiados con los damnificados.
Evidentemente se trata de un problema de solidaridad social entre grupos e incluso entre generaciones (Pinheiro 2014), pero también hay un error de mentalidad, de lógica y de cognición ante la realidad social. Pues remite a la dificultad para concebir la relación de causa-efecto (por compleja y global que sea) que -en el fondo- hay entre los triunfantes beneficiarios de la modernización postfordista y los cruelmente damnificados.
Evidentemente se trata de un problema de solidaridad social entre grupos e incluso entre generaciones (Pinheiro 2014), pero también hay un error de mentalidad, de lógica y de cognición ante la realidad social. Pues remite a la dificultad para concebir la relación de causa-efecto (por compleja y global que sea) que -en el fondo- hay entre los triunfantes beneficiarios de la modernización postfordista y los cruelmente damnificados.
Por eso, muchas veces somos más empáticos y
sensibles al dolor humano causado por la industrialización fordista
tradicional, que no al dolor, desconcierto, alienación, angustia, fragilidad y
exclusión que causa el capitalismo cognitivo turboglobalitzado actual.
Sin
duda, son malestares, angustias, alienaciones y crueldades universales que –de
alguna manera- nos afectan a todos, pero -olvidamos- que todo hace pensar que
aún son peores para mucha población de países emergentes como Brasil, que
tienen que emigrar de entornos rurales donde aún se vive de acuerdo a otros
tiempos a los postmodernos laberintos de las metrópolis postfordistas. En
muchos casos, pasan casi directamente al turboglobalitzado capitalismo
cognitivo, profundamente individualista y competitivo, desde entornos no fordistas,
rurales, poco alfabetizados, comunitarios y casi sin concurrencia explícita...
No hay que minimizar ni obviar, sino al contrario
estudiar y comprender la vulneración sufrida y la vulnerabilidad padecida por
esas poblaciones. Hay que explicitar los mecanismos que hay detrás de su
sufrimiento, dolor, angustia, pobreza, exclusión, victimización, vulnerabilidad, desorientación,
desempoderamiento, falta de la mínima guía vital sobre lo que realmente la
nueva sociedad exige, etc.
Pues es el primer y
necesario paso para que puedan volver a empoderarse de su destino y de su
propia vida.
Del artículo “Vulnerabilidad, precarización y cambio social. Del capitalismo nofordista al postfordista” de G. Mayos (pp. 90-122) en Law and vulnerability | Derecho y vulnerabilidad | Direitoe vulnerabilidade, Fabrício Bertini Pasquot Polido e Maria Fernanda Salcedo Repolês (Eds.), con Adriana Campos Silva, Antonio Giménez Merino, Carolina Pereira, Fabrício Bertini Pasquot Polido, Gonçal Mayos, Guilherme Santos, Isabella Bettoni, Julia Rocha Barcelos, Leandro Martins Zanitelli, Marcelo Andrade Cattoni de Oliveira, Marcelo Maciel Ramos, Maria Fernanda Salcedo Repolês, Polianna Pereira dos Santos, Stanley Souza Marques, Belo Horizonte (Brasil) Programa de Pós-Graduação em Direito - Universidade Federal de Minas Gerais – UFMG, 2016, 174 pp. ISBN-978-85-69537-03-8 Digital.
Está recogido en los posts:
- IMPUTABILIDAD, PODER, DERECHO Y VULNERABILIDAD
Está recogido en los posts:
- IMPUTABILIDAD, PODER, DERECHO Y VULNERABILIDAD
- NO MINIMIZAR EL SUFRIMIENTO Y EMPODERAR PARA HACERLE FRENTE
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2 comments:
Hola Gonçal, una vez más, felicidades por este post incisivo y rico en ideas, empezando con la tesis inicial: “las nuevas mentalidades y actitudes que exige el capitalismo cognitivo turboglobalizado son mucho más difíciles de desarrollar, incluso, que durante la durísima industrialización fordista”. Así es, en efecto. Y ello no sólo por las dificultades objetivas –precarización, esfuerzo arduo y prolongado, nuevas formas de pobreza y exclusión social, etc.- sino también por la paulatina erosión y pérdida de relevancia de las instituciones que antaño protegían al individuo o, cuando menos, le proporcionaban dignidad y sentimiento de pertenencia: como acertadamente semana Sennett, la pérdida de estabilidad en el ámbito laboral, el retroceso del estado del bienestar y la disminución de los vínculos comunitarios provocan un creciente malestar, una “erosión del carácter” y, también, una pérdida de “respeto” y, por ende, de autoestima. Más incluso: una parte creciente de la población percibe que ha dejado de ser útil y relevante para el sistema. Sus conocimientos, habilidades y aptitudes ya no se adaptan a los imperativos actuales y, por consiguiente, son perfectamente reemplazables, están “de más”, son “residuos” (Bauman). Lo cual conlleva un empeoramiento de su situación material y, lo que es aún peor, un sentimiento de ostracismo e, incluso, de humillación.
Igualmente coincido en que tales afrentas al bienestar y a la dignidad “apenas son complementadas por obras artísticas o teóricas que visibilicen y plasmen las dificultades experimentadas por la gente”. ¿Por qué? Sin duda, es cierto que “todavía tendemos a presuponer que se trata de vulnerabilidades inevitables, neutrales, naturales” y que, además, hay una “creciente dificultad para concebir la relación de causa-efecto (…) entre los triunfantes beneficiarios de la modernización postfordista y los cruelmente daminificados”. Sin embargo, creo que hay otro factor relevante: estamos pasando de una lógica del poder centrada en las instituciones de “control total” (Foucault), como la escuela, el ejército o la fábrica convencional, a un poder que no sólo es global –más aún: extraterritorial, es decir, capaz de ubicarse y trasladarse al instante según le convenga- sino que permanece oculto: ya no exige el acatamiento a unas normas sino que traslada a los individuos la libertad –y la responsabilidad- de crear sus propias normas y mecanismos de control; ya no manda, sino que se comporta como un cliente oculto cuyo veredicto es inapelable; ya no constriñe explícitamente, sino que abre horizontes infinitos… sin proporcionarnos brújula alguna, como muy acertadamente expones al principio de tu Homo obsoletus. El efecto de todo ello es que no hay individuos, grupos o instituciones a quienes pedir cuenta de nuestros problemas y hacerles llegar nuestras demandas, sino que ahora somos, en apariencia, amos de nuestro destino y únicos responsables de todo eventual fracaso. Es por ello que la explotación externa se ve sustituida por una autoexplotación, tan exigente o más que la anterior. Y es que nos vemos impelidos a convertirnos en una “marca”, en posicionarnos en un mercado implacable que exige más y más de nosotros y que, además, cambia sin cesar.
Con todo ello, no sólo sufrimos enormemente, sino que nos cuesta identificar las causas –y los causantes- que hay detrás. ¿El resultado? O bien entramos en una espiral de autoodio y baja autoestima o bien buscamos un “otro” (el extranjero, el que no piensa como nosotros, el que profesa otra religión y otras costumbres) a quien echarle todas las culpas. No es extraño, pues, que los gurús de la autoayuda y los profetas del odio tengan tanto predicamento.
Muy interesante tu comentario Lluís. Tanto que me ha animado a responderte en el post ¿EDAD DE IRA Y MIEDO? https://goncalmayossolsona.blogspot.com.es/2017/12/edad-de-ira-y-miedo.html
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