Ahora bien, en principio el punto de partida es bastante neutro, pues Macht etimológicamente proviene del verbo “machen” que tiene el sentido básico de “hacer”. Al respecto hay muchos idiomas (entre ellos el castellano y el catalán) donde el verbo “hacer” funciona prácticamente como un verbo auxiliar. Se limita a potenciar el significado de los verbos que acompaña, destacando su “efectuación” y actualización.
Como todo poder o control, en principio todo hacer es ontológica y pragmáticamente incuestionable pues es o no es, hace o no hace, puede o no puede. Pero por el contrario valorativamente son ambivalentes y serán valorados de manera muy diferente según a cómo categorizan ideológicamente los agentes concretos ese ser, hacer, poder y control.
Signo de esa ambivalencia es que -tanto en castellano como en catalán- las fórmulas perifrásticas “hacer el bien” o “hacer el mal” no pueden ser sustituidas ni reducidas perfectamente a un único término. En pureza, el sentido de “hacer el bien” no es identificable con “beneficiar”, “bonificar”, ser “benefactor” o ejercer la “beneficencia”. Tampoco “hacer el mal” significa exactamente lo mismo que “dañar”, “damnificar” o incluso ejercer la “malificencia”.
Todas esas fórmulas apuntadas tienen un sentido mucho más reducido, concreto y connotado específicamente que las fórmulas perifrásticas “hacer el bien” o “hacer el mal”. Ello se debe a que la valoración definida solo resulta clara y precisa cuando se determina para quien aquel hacer o poder fue bueno o malo. Pero es a partir de ese momento cuando surgen los conflictos político-sociales que siempre acompañan las desigualdades e intereses humanos. Entonces entramos en la conflictividad política pero también social, axiológica, cultural, cosmovisional y existencial.
La vida -y en especial la humana- tiene una relación necesaria con el poder y provoca inevitables efectos de control. Ya Nietzsche, inspirado en Schopenhauer, constataba que la vida y el simple existir son inseparables de las distintas caras del Poder. Por eso el aparentemente inocente existir fáctico es inseparable del conatus, que Spinoza definió como querer persistir en el ser y, por tanto -como destaca Nietzsche-, la “Wille zum Leben” se superpone a la ambivalente “Wille zur Macht” incluso en sus aspectos más peligrosos (Decher, 1984).
Vemos pues que poder y control definen hoy un inmenso campo semántico que va del polo más positivo (que designa la mera capacidad, la habilidad, la potencia, el guiar, la conducción…) hasta el más negativo (el amplio campo de la fuerza, del dominio, de la coerción, de la violencia, de la barbarie y de la destrucción).
Esa compleja y, en el fondo, totalmente inseparable ambivalencia, podemos ejemplificarla con el análisis foucaultiano del biopoder. Este, por una parte, canaliza la vida, fomenta pacíficamente ciertos desarrollos de ella y es un “soft power” -según la afortunada expresión de Joseph Nye (1990 y 2004)- que supera la perspectiva tradicional obsesionada con el “hard power”, la coerción violenta y la capacidad de dar muerte.
Ahora bien, como ha mostrado Aquille Mbembe, ni el biopoder, ni la biopolítica, ni las actuales sociedades del control (Deleuze) prescinden totalmente de la posibilidad de la coerción violenta y moral. Más bien tienden a ejercerla de una forma más sutil que -argumenta Mbembe- convive con formas de tanatopolítica, a las que invisibiliza e incluso legitima. Bien es cierto que se aplica sobre todo a los sectores sociales marginados, lo que Judith Butler cualifica sin eufemismos de “vidas prescindibles” pues “no se consideran dignas de salvaguardarse”: drogadictos, homeless…
De hecho, la posibilidad creciente de desarrollar tanatopolíticas eficaces y quirúrgicas es el aspecto más inquietante de las actuales sociedades de control. Así, preocupa el uso futuro de las avanzadas y muy peligrosas herramientas tecnológicas de identificación y clasificación de las personas puestas en marcha en China o Singapur, pero también en el Reino Unido, en los Estados Unidos[1] y en muchos otros países.
[1] Ciertamente por el momento esas poderosas posibilidades tecnológicas de control se mantienen al nivel del soft power y el biopoder canalizador de la vida cotidiana de las poblaciones. Donald Trump mostró como los mecanismos ofrecidos por la empresa Cambridge analytics podían servir para ganar elecciones, pero la historia demuestra (por ejemplo, con la división del átomo) que cuando aparece una nueva posibilidad significativa, ese conocimiento no se olvida y es cuestión de tiempo que se utilice incluso para las aplicaciones más bárbaras.
Forma parte del artículo “Dominar o empoderar. Dialéctica histórico-conceptual del poder y del control” de Gonçal Mayos (pp. 231-264) en Ciudadanía bajo control: Perfiles políticos y culturales, Norbert Bilbeny e Ignasi Terradas (eds.), Enrique Díaz Álvarez, Jule Goikoetxea, Francesco Petrone, José Antonio Estévez, Gonçal Mayos y Martha Palacios. Barcelona: Icaria editorial, 2021, ISBN: 978-84-18826-36-8, Depósito legal: B 19160-2021. Ver los posts: SER ES PODER Y CONTROL, DIFERENCIA ONTOLÓGICA APLICADA AL PODER Y EL CONTROL, PODER, CONTROL Y CONFLICTO COMO NEGATIVOS, POSITIVIDAD DEL PODER Y EL CONTROL, INSTITUIR EXISTENCIAS, VIDAS Y PODERES MARGINADOS, MICROFÍSICA DEL PODER DETERMINA LA MACROFÍSICA, ¿CÓMO SE ESCONDE EL PODER?, PODER Y DESTRUCCIÓN CREATIVA, PODER Y CONTROL: INSEPARABLES DE LA VIDA y ANTROPOSCENO: VIDA, CONTROL DEL ENTORNO Y AUTOCONTROL
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