Gonçal Mayos PUBLICATIONS

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Nov 17, 2021

¿CÓMO SE INVISIBILIZA EL PODER?


Además, los mecanismos de poder y de control en las sociedades avanzadas han aprendido a evitar el error de mostrarse, de exponerse (en el sentido etimológico d “ponerse fuera”) o de comprometerse sin necesidad, pues. como Foucault argumentó agudamente en Vigilar y Castigar, el hard power tradicional solía arrostrar peligros innecesarios, precisamente porque sentía la necesidad obsesiva de generar pavor, de mostrar su impávida crueldad y, para sacralizarse, aproximarse todo lo posible a lo creía que sería el poder divino.

Sin duda era una estrategia poderosa y eficaz, pues atemorizaba a propios y extraños, pero también desesperaba a la población en general y, sobre todo, ofrecía una diana muy clara a los enemigos. Además, como han exagerado las películas clásicas de Hollywood, ello obligaba a los poderosos a personarse en los espectáculos y rituales penales, a dejarse ver ante las multitudes de las que normalmente huían e, incluso, a correr riesgos innecesarios y aparentar seguridades irreales.

Por eso, paradójicamente, en los espectáculos pensados para impresionar con el pretendido derecho divino a dar muerte, era donde el macropoder resultaba más expuesto, predecible y vulnerable. En cierta medida, el poder se controlaba a sí mismo en esos rituales autolegitimadores y, por ese motivo, los ajusticiamientos con las torturas más crueles solían ir acompañadas de espectáculos, agasajos a los asistentes en general e, incluso, de medidas de gracia compensatorias para ganarse su simpatía.

Un caso interesante y paradigmático está en Los Evangelios (Lucas 23: 1-25): ni Pilato ni Herodes desean ejercer su poder de dar muerte sobre Jesucristo y por eso se remiten entre sí al reo sin llegar a condenarlo. Ahora bien, la multitud enfervorecida y con los sumos sacerdotes al frente los presiona incluso al precio de liberar a cambio al famoso ladrón Barrabás. Ya sabemos que todo ello terminará con el largo, público, cruel y emotivo calvario de Jesucristo llevando su cruz hasta la muerte.

Sin duda, es un relato clave, inspirador y que activa los revolucionarios valores cristianos del Nuevo Evangelio: el sacrificio redentor; el sufrimiento por amor; un Dios que se hace humano, vulnerable, al que se quiere humillar y que recibe en su propio cuerpo todas las heridas pensables, la piedad que todo ello inspira… Sin querer ser exhaustivos y obviando la cuestión de verdad histórica del relato, estamos sin duda ante un claro ejemplo de cómo el ejercicio exagerado y público del poder puede provocar exactamente lo contrario de lo que pretendía. 


Por tanto, ejemplifica cómo el macropoder tradicional era más débil, vulnerable y expuesto, precisamente su necesidad de legitimarse y sacralizarse ejerciendo pública y arbitrariamente un poder absoluto y sin posible apelación. El continuo esfuerzo del macropoder tradicional para mantener el control sobre sus súbditos a través del pavor le obligaba a un imposible equilibrio entre autocontrolarse, para evitar la rebelión, y la necesidad de mostrarse exageradamente cruel y vengativo.

Con el tiempo, el macropoder tanatológico reconocía su carácter dual y jánico, a la vez fuerte y débil, cruel y obsequioso, pretendiendo aplicar la ley y, al mismo tiempo, subvirtiéndola arbitrariamente según las circunstancias. En ese tipo absolutista y autocrático de poder, la coherencia o la proporcionalidad de las penas era algo totalmente subordinado a las circunstancias y las necesidades contradictorias para su mantenimiento: generar a la vez empatía y pavor, adhesión y miedo, autoridad legítima y venganza desaforada.

Así se explica por ejemplo la reacción de la monarquía francesa ante el fallido intento de asesinato de Luis XV por Robert François Damiens. Por una parte, había un claro esfuerzo monárquico para quitar importancia a la leve herida sufrida por el rey, pues inevitablemente mostraba la vulnerabilidad del Poder. Ahora bien, en paralelo, había la necesidad de castigar de la forma más pública y cruel posible que incluía horas de torturas al rojo vivo, calcinar la mano asesina del reo, verter en sus heridas plomo derretido y aceite hirviendo, y finalmente descuartizarlo atado a cuatro caballos. Era sin duda el más rotundo aviso para futuros rebeldes, pero también una indicación del pavor vengativo que atemorizaba al propio macropoder.

Actualmente, el poder ha aprendido en general a evitar esa debilitadora imagen de sí mismo: arbitrariamente cruel y que, a la vez, traspira pánico y debilidad. También evita ex-ponerse públicamente de esa forma pues comporta riesgos paradójicos y dialécticas contrafácticas. Usa contradictoriamente mecanismos de autosacralización que, a la vez, muestran su debilidad mundana, que Nietzsche calificaría de “humana, demasiado humana”. 

Así, un poder que se pretendía divino y por encima de sus súbditos se mostraba hiperreaccionando dramáticamente ante estos para controlarlos mediante el pavor. Por una parte, afirmaba ser un poder transcendente y que actuaba por mandatos divinos pero, paralelamente, se mostraba coaccionado por el miedo a sus súbditos, por una “realpolitik” basada en el temor a la plebe y, aún más, a los nobles cercanos que fácilmente podían substituirlo con un “golpe palaciego”.


De esa manera, el macropoder tanatológico caía bajo una doble y paradójica dialéctica: tendía al centripetismo autocrático y a concentrarse absolutamente en una única persona; pero también era extremadamente dependiente de las personas concretas que lo efectivaban en tanto que cadena de mando: funcionarios, guardias, escribas, sacerdotes, generales e, incluso, los servidores más cercanos. Con una facilidad hoy sorprendente, muchos de esos “servidores” podían cortar -cuando percibían la debilidad del poder central- la cadena de obediencia y coacción dejándolo impotente y generando otros centros de poder competidores.

El macropoder tradicional, que se pretendía divino e invulnerable, también mostraba que tan solo podía ejercer el poder mientras era capaz de controlar sus mecanismos y las élites intermedias; pero que, con relativa facilidad, estos escapaban a su control y entonces devenía vacío e impotente. En el fondo era un poder que penetraba con poca intensidad en la sociedad (Mann, 1991), pues esta podía eludirlo de distintas formas aunque, ciertamente, cuando le alcanzaba el castigo, este era brutal.

Precisamente porque el macropoder tradicional tenía dificultades para actuar eficazmente a larga distancia, tendía a concentrar y manifestar su máximo de poder en la corta distancia (como en los suplicios públicos mencionados), aunque eso también lo hacía vulnerable. Sobre todo, actuaba a través de sus servidores, ministros y oficiales más cercanos, más allá su impacto era mucho menor y poco fiable.

Por eso le eran necesarios los espectáculos presenciales y públicos en los que podía ejercer la máxima presión y mostrar su poder absoluto, a pesar de que también era los momentos en que era más expuesto y fácilmente traicionable. Precisamente porque el poder tradicional solía desmoronarse tan pronto como tenía dificultades para controlar los mecanismos de coacción directa (que era prácticamente imposible compensarlas por el control de mecanismos lejanos fiables), focalizaba tan obsesivamente su autoridad y legitimidad en el temor continuo de los que estaban más cercanos (incluyendo a la corte y los propios familiares).


Por eso el déspota que ostenta un poder absoluto sobre todo a través de sus allegados más cercanos, también paradójicamente vive continuamente vigilando a estos y vigilado por ellos, atemorizándolos y temiéndolos. De ahí, su obsesión por legitimar su poder con algo suprahumano y que le destaque de todos los demás, ya sea la gracia divina, ya sea determinaciones naturales como la ascendencia y la primogenitura. 

También por ello era entonces tan importante destacar constantemente la diferencia señor-vasallo-siervo (incluso cuando convivían en una notable intimidad). En cambio hoy, se finge un comportamiento pretendidamente democrático, de cercanía y de proximidad facilitado porque, en la sociedad actual, siempre se da a través de la mediación de los mass-media.


Forma parte del artículo “Dominar o empoderar. Dialéctica histórico-conceptual del poder y del control” de Gonçal Mayos (pp. 231-264) en Ciudadanía bajo control: Perfiles políticos y culturales, Norbert Bilbeny e Ignasi Terradas (eds.), Enrique Díaz Álvarez, Jule Goikoetxea, Francesco Petrone, José Antonio Estévez, Gonçal Mayos y Martha Palacios. Barcelona: Icaria editorial,  2021, ISBN: 978-84-18826-36-8, Depósito legal: B 19160-2021. Ver los posts: SER ES PODER Y CONTROLDIFERENCIA ONTOLÓGICA APLICADA AL PODER Y EL CONTROLPODER, CONTROL Y CONFLICTO COMO NEGATIVOSPOSITIVIDAD DEL PODER Y EL CONTROLINSTITUIR EXISTENCIAS, VIDAS Y PODERES MARGINADOSMICROFÍSICA DEL PODER DETERMINA LA MACROFÍSICA¿CÓMO SE ESCONDE EL PODER?PODER Y DESTRUCCIÓN CREATIVAPODER Y CONTROL: INSEPARABLES DE LA VIDA y ANTROPOSCENO: VIDA, CONTROL DEL ENTORNO Y AUTOCONTROL

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