Como vemos y según la perspectiva “negativa” sobre el Poder vinculada al lema omnis determinatio est negatio, al ser más deseables unas posibilidades u otras aparece necesariamente la conflictividad social, política y valorativa que opone a los distintos agentes implicados. Ahora bien, tenemos que recordar que la necesidad de un poder (en función de su perspectiva ontológica “positiva”) va más allá de la mencionada escisión. Esto es porque el poder es siempre necesario para hacer algo ya sea en una dirección o en otra, ya que este efectiva las existencias, hace que haya Ser y no Nada, permite que haya algo -sea lo que sea y valga lo que valga-.
A pesar de sus denuncias críticas constantes, Foucault ha sido un autor
clave para valorar ese aspecto constitutivo, creativo, canalizador, fomentador
y guiador del poder. A partir de él, se reconoce mayoritariamente que tanto el
control como el poder tienen ese papel ontológico “positivo” inevitable y
necesario.
Ahora bien, ya Hegel destacaba que el poder y el control son condiciones
imprescindibles para el despliegue dialéctico, efectivo, concreto y pleno, pues
solo a través de la determinación negativa del poder, la mera afirmación vaga,
abstracta, inmediata e indeterminada (Mayos, 2014) de la dialéctica podría
devenir realidad efectiva e incluso llegar a ser reconocida, reconciliada y
perdonada. Por tanto, toda institución que valga objetiva y efectivamente (lo
que Hegel llamaba “espíritu objetivo”) debe confirmarse como un poder que ejerce
su control sobre, al menos, una parte de la realidad.
Es decir, la existencia humana no puede limitarse a ser mero proyecto, una
postulación abstracta, algo que solo es en sí o lo que -en términos
aristotélicos- sería una potencia sin acto, es decir: ¡una mera privación! Pues
todo acto es irremediablemente un poder, algo que ejerce un influjo y control
sobre un cierto ámbito de lo real ¡por pequeño y débil que sea!
Poder y control son elementos imprescindibles para toda dialéctica
histórica y, por tanto, -al igual que el famoso aforismo hegeliano “Nada grande
se ha hecho en la historia sin pasión”- nada (bueno o malo) acontece
históricamente sin ninguna relación dialéctica con el poder y sin ejercer algún
tipo de control. Todo lo real efectivo es fruto de un poder, ejerce un poder,
es controlado por los otros poderes y -a la vez, en algún grado- los controla.
Actualmente, y a partir de las teorías de los premios nobel de economía Daniel Kahneman en el 2002 y Richard H. Thaler en el 2027, se han desarrollado políticas de soft power positivo basadas en sutiles y muy elaborados “nudges” que impulsan a la población a actuar adecuada y racionalmente casi sin darse cuenta. En esta línea, el jurista y director de la Oficina de Información y Asuntos Regulatorios en la administración Obama, Cass R. Sunstein defiende lo que llama “políticas de paternalismo libertario” (Sunstein, 2014).
Sunstein considera en The Cost of Rights (1999) que no es posible un
grado cero de poder o de “intervención estatal”, por lo cual lo razonable es
realizar intervenciones de poder mejores y legítimas, evitando las negativas e
ilegítimas. Defiende que es posible compatibilizar la libertad individual con “impulsos-nudges”
generados paternalistamente por parte del estado para el mejor funcionamiento
de la sociedad. Evitando caer en el autoritarismo, un Estado benevolente e
intervencionista -pero no autoritario ni omnipresente- puede fomentar los
comportamientos adecuados de la población a través políticas científicamente diseñadas.
Paternalistamente se puede proteger a la población de muchos efectos
negativos de los sesgos psicológicos y las decisiones erróneas que, a partir de
Kahneman, se han constatado en la psiché humana. Sunstein niega, por
tanto, el pretendido derecho a equivocarse defendido por el libertario radical
Robert Nozik y piensa las políticas como si se condujera con alta precisión a
una nave espacial, mediante pequeños impulsos propulsores en las distintas
direcciones y, así, trazar una trayectoria adecuada. Al respecto, Sunstein
analiza ejemplos donde se han demostrado eficaces las políticas nudges
para minimizar la obesidad, el tabaquismo y la conducción temeraria, o bien
mejorar la salud pública y la alimentación saludable.
Precisamente porque la humanidad tiende a las conductas que le resultan más
fáciles -dadas las circunstancias- en lugar de las más adecuadas, a veces se
obtienen comportamientos más saludables con pequeños nudges: por ejemplo
situando en los anaqueles más visibles y accesibles de los supermercados los
productos más saludables y no los que dan más beneficio. Los productos que
generan adiciones, obesidad o son potencialmente cancerígenos (los cuales
normalmente dan muchos beneficios a los vendedores y, por tanto, suelen ser
destacados) no son prohibidos sino simplemente desplazados a anaqueles menos
privilegiados.
Es una conclusión muy relevante que, por la simple activación de impulsos-nudges de este tipo, se pueda conseguir un poder benéfico y soft que mejore los comportamientos sin coartarlos ni prohibirlos. Tanto los teóricos del poder como los técnicos de las administraciones y los expertos en políticas públicas están asumiendo la mayor efectividad del soft power por encima de acciones más coercitivas o violentas. Por eso, y como venimos analizando, las teorías sobre el poder y el control han sufrido una radical transformación en las últimas décadas, hasta el punto de que el teórico Teun Van Dijk (2009: 123) afirma contundentemente que “la mayor parte del poder “moderno” es persuasivo y manipulador antes que coercitivo”.
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