¿La postmodernidad clausura totalmente la modernidad? ¿Por tanto la crítica postmoderna a la modernidad nos resitua de nuevo en la premodernidad? Si como decía Max Weber la modernización comporta la secularización y desencantamiento de la sociedad ¿quiere ello decir que la sociedad postmoderna será de nuevo una sociedad sacralizada y bajo la hegemonía de la religión? ¿De resultas de la crítica postmoderna vuelve la visión sacral del mundo y de la vida?
¿El pensamiento de Jean Baudrillard –seguramente el más radical de los postmodernos- ofrece nuevas posibilidades a la religión? ¿Reabre expectativas que el mundo moderno quiso cerrar definitivamente e inaugura algunas otras de nuevas? ¿Es relevante para la teología actual?
Empecemos por los que afianzan la perspectiva defendida por Walters:
(1) La actualidad
está profundamente marcada por la muerte de Dios y el nihilismo. Baudrillard
radicaliza las tesis de Nietzsche y analiza un presente dominado por el
nihilismo, que paradojalmente ha sido impulsado por la voluntad de verdad cristiana.
Así la sociedad actual carece hasta tal punto de referentes que puede suponer
una renovada oportunidad para la religiosidad y seguramente por eso en las
últimas décadas ha habido un gran aumento de los integrismos y fundamentalismos
religiosos. La actual ausencia palpable de sentido “religioso” puede exigir
para muchos una nueva fuente de sentido “religioso”; pues como dijo Baudrillard: no
se ha elegido no creer en nada, sino que simplemente no existe hoy nada en que
creer. Y en tal vacío -considera Walters-, la fe puede brotar con más pureza y fuerza.
(2) El nihilismo,
el “desierto hiperreal” y la “nada” -que Baudrillard pone de manifiesto- abren
también lo que Walters llama “Radical Otherness” que remite a la teología
negativa, donde Dios es lo absolutamente otro y asimilable -para los humanos
finitos- tanto a la infinitud como a la nada creadora. “Nonetheless, this [Baudrillard] may be read as
a radically non-positivist theology that has strong parallels with the mystical
tradition” (pg 141).
(3) La radicalidad
crítica iconoclasta de Baudrillard también tiene importantes relaciones con la
mejor teología negativa e incluso misticismo (San Juan de la Cruz), pues
comparten una similar “humiliación” (Eckhart) de la razón y abren una nueva
manera “no realista” (Fichte) ni moderna (Lyotard) de estar en el mundo. Así
Dios, en tanto que nada creadora e inefable, puede vincular-se al todo-es-sólo-simulacro
con sus estrategias fatales de Baudrillard. Por (2) y (3), Walters ve
posibilidades reales de mantener la vigencia de la religión adaptándola al
pensamiento postmoderno y depurando el monoteismo de elementos tradicionales,
rituales y folkloristas.
(4) La condición
postmoderna que descree de todos los “meta y grandes relatos” legitimadores de
la modernidad (Lyotard), incluye también el “desencantamiento” o
desacralización total del mundo (Weber). Además genera un vacío enorme que ya
sólo es llenado con microrelatos fragmentarios, aforismos y recuperando el
lenguaje poético y una verdad (‘paralogía’ de Lyotard?) más vital que analítica.
Walters acierta en que el discurso de Baudrillard y el generalizado con la
condición postmoderna tienden extraordinariamente a lo fragmentario, a lo aforístico, a lo
asistemático y a lo propulsado por la fuerza poética del simbolismo.
(4) El
postmodernismo radicaliza la superación de la dualidad sujeto-objeto y de la
fundamentación objetiva del conocimiento propia de la modernidad hiperreal,
analítica, racionalista… Posiblemente las primeras superaciones modernas
(Spinoza, Hegel) de esa dualidad tienen una decisiva influencia teológica y en
relación a Dios como totalidad. Así el sujeto pierde su predominancia y también
el objeto se muestra activo revelándose místicamente (Walters) o seduciendo
fatalmente (Baudrillard) al presunto “sujeto”.
(5) Baudrillard
defiende el intercambio simbólico como alternativa al intercambio mercantil y
punto de fuga para escapar de ese desierto de la hiperrealidad y del sistema de
los objetos. Desea nuevas relaciones que incluyan lo gratuito (cercano a la
entrega cristiana) y así escapar al intercambio del mercado y a la
fetichización de la realidad. Baudrillard propone nuevos intercambios simbólicos
en la línea de la Internacional Letrista de Debord (antes de constituir con
otros grupos la Internacional Situacionista) que publicó una revista con el
significativo título de Potlatch
(reivindicando ese tipo de relación e intercambio totalmente diferente al
económico). Ciertamente la realidad del simulacro –es lo que es (meraapariencia o signo) y no pretende ser otra cosa- podría fomentar nuevos
rituales, ceremonias y símbolos. Ello es asociado por Walters con la religión -especialmente
si es convenientemente renovada- y el reforzamiento del cristianismo en la
sociedad actual.
Destaquemos ahora
los argumentos de Walters que nos parecen más débiles o errados:
(a) Si bien el nihilismo postmoderno y de Baudrillard deslegitima los
grandes relatos modernos, que habían llevado a la muerte de Dios, eso no
significa que se invierta totalmente el proceso y que Dios o la religión
recuperen su lugar tradicional. El discurso de Baudrillard es muy complejo y
ambiguo, pero no clama por encontrar la esperanza cristiana. Sus críticas a la
modernidad, al cristianismo y a la religión en general son tan contundentes y
parecidas a las que lanza contra la sociedad actual, capitalista, de consumo…
(b) El pensamiento radical de Baudrillard no permite una explicación del
mundo como la propuesta monoteista de Walters que incluye la cohesión “política”
de la sociedad (Huntington?). Baudrillard apuesta por simbolismos libérrimos y
revolucionarios (en todo caso politeistas) que superen el dominio del establishment
simbólico, en el cual incluye explícitamente al cristianismo. La total y
constante oposición de Baudrillard al establishment simbólico (del capitalismo
productivista pero también del monoteismo cristiano) ataca directamente la
“línea de flotación” del discurso de Walters.
(c) Si bien el nihilismo
y radicalismo de Baudrillard puede ser útil para depurar el monoteísmo de elementos
tradicionales, sentimentales y folkloristas, esta tesis de Walters se contradice
con su reivindicación de una religiosidad menos racional, más poética,
vivencial y cercana a los afectos, y que defiende por su capacidad de generar
conciencia de comunidad religiosa y política. Como hemos apuntado, el desespero
nihilista puede generar compulsiones parareligiosas, pero el baudrillardiano desierto
del simulacro parece muy frío y tan sólo respeta –¡y ya es mucho!- aproximaciones
racionales o imaginativamente politeistas al vacío (que Walters vincula a Dios).
(d) Walters presupone
la substancialidad de la “persona”, una relación con el mundo y con los otros
basada en la constante entrega y recepción, y la superación de la escisión yo/tu,
mío/tuyo… Pero no da ningún argumento de porqué tales presupuestos suyos evitan
caer bajo las críticas de Baudrillard que –muchas veces- elogia. Por otro lado,
Baudrillard en A la sombra de las
mayorías silenciosas, caracteriza la sociedad posmoderna por la
desaparición creciente de la relación personal que es sustituida por la mera
circulación de símbolos, signos e imágenes. Afirma que la política pierde su
agencia e incluso lo social se eclipsa. Todo ello parece incompatible con los
presupuestos “personalistas” y cristianos que Walters quiere ver reforzados
precisamente a partir de las tesis de Baudrillard.
(e) Ciertamente, Baudrillard
apunta a un perspectiva radical y totalizadora (todo es simulacro y el
simulacro lo es todo…) pero no en el sentido de una totalidad parareligiosa como
la que afirma Walters, que además no consigue vincular -como pretende- esa idea
con pasajes bíblicos, argumentos teológicos y símbolos religiosos.
(f) Tampoco resulta
creíble vincular las críticas de Baudrillard y su estilo no-racionalista e
incluso deudor de la teología negativa con un “habitar el mundo” cercano al “prayer
thought”.
(g) También es muy
poco creíble la interpretación de Walters de un Baudrillard finalmente
quietista, que renunciando a la voluntad de potencia nietzscheana y
abandonándose a la nada-Dios, concebiría una posibilidad última de esperanza. Tampoco
convence el último capítulo “Theological hyperreality”, según el cual Baudrillard
se abriría a la revelación no racional de los acontecimientos raros e
inesperados (interpretados como “encuentros” con Dios). La idea de entrega que
se presenta aquí (que recuerda Bataille) está lejos de Baudrillard, la única
alternativa vital-revolucionaria del cual (A
la sombra de las mayorías silenciosas) es la no claudicación ante esa mera circulación
de signos.
Baudrillard denuncia el dominio simbólico como garantía de la imposición
y continuidad del poder, por eso –avisa- cualquier proyecto revolucionario tan solo triunfará cuando consiga quebrar el orden simbólico hegemónico. En cambio,
Walters ve entrega en la visión baudrillaniana de la hiperrealidad y la
interpreta como esperanza de Dios, pero eso es incompatible con una visión
nihilista de la realidad y Baudrillard lo denunciaría seguramente como una
burda estrategia de la teología cristiana para recomponer o ampliar su poder (incluyendo
una comunidad política propia).
La hiperrealidad que denuncia Baudrillard junto a la
fetichización de la realidad son actualmente quizás más poderosas que en
los años en los que aquél escribió. El motivo es que se han producido unos muy importantes desarrollo y extensión de las
tecnologías de la comunicación, así como del avance neoliberal.
(h) Walters distingue
etnocéntricamente (en el capítulo de “Terrorismo y Muerte”) entre los mártires
cristianos y los islámicos, olvidando que el poder simbólico revolucionario de
los primeros en su momento también los presentaba como altamente peligrosos y dinamitadores
del orden simbólico y de las seguridades vigentes.
(i) Walters aborda la actual transformación de la familia tradicional y la emergencia de nuevos cuerpos
y sexualidades, pero –contra Baudrillard- impone el concepto de entrega como
base de cualquier relación “aceptable”. Así Walters interpreta dogmáticamente
la mística entrega a la nada, extendiéndola arbitrariamente a fenómenos sociales
que no parecen ir en esa dirección. Por ello –nos tememos- que indignará a propios y
extraños.
Seguramente generar debate, escándalo y indignación entre sus lectores será el
destino último del libro de Walters, pues pretende un extraño y atrevido sincretismo, que no termina de conseguir.
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