¿Por qué hablar
de turboglobalización? ¿Se superponen empoderamientos positivos a lamentables desempoderamientos
de la ciudadanía? ¿La turboglobalización actual empodera o más bien desempodera
a las clases populares? ¿Qué hacer frente a la actual debilidad y
desempoderamiento de la política frente a los mercados y la economía? ¿Qué
hacer ante tales conflictos y retos?
La característica
más decisiva de la actual globalización es una aceleración tremenda de los
flujos financieros, económicos y tecnológicos. Ahora bien hay que reconocer que
es una turboglobalización fragmentaria y parcial, pues los flujos que afectan
al saber, la cultura, las persones o los derechos, quizás son más rápidos que
nunca antes, pero están muy lejos de velocidad de los flujos financieros y productivos.
Precisamente por
esa globalización no uniformemente acelerada, se producen a la vez procesos ciudadanos
de empoderamiento y desempoderamiento. Las actuales tendencias al desmontaje
del Estado del bienestar e incluso a la laminación del Estado social de derecho
son claros ejemplos de desempoderamiento popular. Pues el conjunto de la
ciudadanía y especialmente las clases más desfavorecidas ven limitadas
aceleradamente cada vez más sus capacidades, potencialidades y agencias, a
pesar que las habían ido conquistando muy dificultosa y lentamente a lo largo
de décadas.
Colaboran en ese
desempoderamiento popular aspectos de la turboglobalización como son las
deslocalizaciones de empresas, la consolidación de una gobernanza internacional
neoliberal vinculada al famoso “consenso de Washington” y –quizás especialmente-
el predominio creciente de lo económico por encima de lo político. Pues hasta
ahora, la política y los derechos ciudadanos han tendido a circunscribirse casi
exclusivamente al ámbito de los Estados-nación.
Por eso hoy los
mercados económicos y financieros son globales y se mueven por encima de las
fronteras estatales a velocidades casiincontrolables, mientras la vieja
política continúa limitada a los territorios “nacionales” y a viejas prácticas
del siglo pasado que hoy ya no son realmente eficaces. Por ello, en la
actualidad y cada vez más, la economía y los mercados se imponen por encima de
la política y los Estados.
Todo ello va en
detrimento y desempodera a los grupos sociales que están menos adaptados a los
flujos globales y más “encerrados” en los territorios “nacionales”, mientras
que favorece a los más móviles y adaptados a esos flujos. Estos últimos están
claramente vinculados a los capitales financieros o a las tecnologías avanzadas
y de gran impacto económico. Aquí las posibilidades de “negocio” y de grandes
beneficios son enormes y crecientes.
En cambio, el
trabajo y los trabajadores más tradicionales ven limitada su movilidad internacional
a la emigración y poco más. Además también son muy pobres las posibilidades de
mejora que así obtienen los trabajadores, como constatan continuamente los
pocos emigrantes del tercer mundo que consiguen cruzar los crecientes muros fronterizos
creados por el primer mundo. Pues una vez llegados a éste, se ven relegados a
trabajos marginales y con muy bajos salarios.
Ahora bien y para
equilibrar mínimamente el macroescenario global, también debemos constatar procesos
inversos de empoderamiento popular, que a veces se ven favorecidos por la
turboglobalización. Son buenos ejemplos de
procesos de empoderamiento ciudadano la interrelación internacional y el refuerzo
mutuo que se prestan mútuamente los movimientos críticos altermundistas. También lo son la fácil
internacionalización y visibilización de conflictos y opresiones, que antes
quedaban más fácilmente ocultos, como procesos meramente “internos” o con poca resonancia
internacional.
Por otra parte,
hay que reconocer que muchos de los procesos de deslocalización de empresas han
llevado industrias a zonas faltadas tradicionalmente de ellas y ello ha
beneficiado muchas veces el empleo de la población de esos territorios. Es
decir lo que “pierden” la población y los países con costes de trabajo más alto
lo “ganan” aquellos que los tienen más bajos. Es una conocida ley capitalista
que tiene importantes costes pero también algunas ventajas.
Sin ninguna duda
la turboglobalización está creando un mundo productivo, laboral y tecnológico más
competitivo, que privilegia y concentra los beneficios en los grupos sociales
que mejor pueden controlar los flujos financieros y tecnológicos supraestatales.
Pero por otra parte, reduce los réditos obtenidos por los grupos limitados por
las fronteras territoriales tradicionales.
Ello aumenta las
diferencias económicas y sociales. Pero por otra parte, la turboglobalización –a
la vez- disminuye la tradicional distancia entre países avanzados y países en
desarrollo, tanto por lo que respecta a las elites financieras y tecnológicas globalizadas
(similarmente favorecidas) como las clases populares y laborales (unidas por un
mismo destino competitivo debido a la pérdida de estancaneidad de las barreras
estatales).
Como vemos,
también las actuales dialécticas de empoderamiento y desempoderamiento popular
se superponen en función de los dos ejes que definen básicamente a las
politizaciones contemporáneas. Se trata por una parte del eje de la
redistribución (¿repartir más la riqueza hacia los grupos más desfavorecidos o
mantenerla en manos de los grupos favorecidos?) y –por otra- del eje del
reconocimiento (¿incluir o excluir del debate político y de los derechos ciudadanos
a las particularidades culturales, las diferencias de género, etc?). Por eso hemos constatado que -hoy más que nunca- lo cultural (más allà de lo particular) se ha convertido en político: "cultural is political".
Las actuales politizaciones
también manifiestan una tendencia a pasar de estructuras manifiestamente verticalistas
y disciplinadas a otras más horizontales, flexibles y con feedbacks continuos. Estas
últimas son las que potencian los nuevos movimientos sociales (NMS) que van
surgiendo e imponiéndose a partir de los años 1960 y parece que tienden a empoderar
al conjunto de la ciudadanía.
Los NMS tienden a
diferenciarse (cuando no a sustituir) a los partidos, sindicatos e
instituciones políticas tradicionales de cuadros, que suelen coincidir con un
cierto funcionamiento interno oligárquico, jerarquías verticalistas que
disciplinan los cuadros intermedios y que se relacionan paternalistamente con las
masas que dicen representar, pero a las que –en realidad- sustituyen
prácticamente durante los largos períodos entre elecciones.
Hay que reconocer
que la resistencia de los NMS a caer en esas tendencias de los movimientos
políticos tradicionales es explícita y manifiesta. Ahora bien, los resultados
efectivos a largo plazo de tal resistencia dejan de ser tan claros y evidentes,
presentando a veces notables paradojas y contradicciones, pues unas veces
tienden a empoderar y otras a desempoderar a las bases y masas. En todo caso,
las coordenadas de la representación política entre el verticalismo
disciplinador y el vigilante horizontalismo se superponen a los dos ejes de la
redistribución y del reconocimiento.
En conjunto, todo
ello define un marco político mucho más complejo que el tradicional, el cual muchas
veces resulta superado por las nuevas generaciones de derechos, de reivindicaciones
i de politizaciones. El viejo “monoteísmo político” –o si se quiere el bipolarismo
centrado en exclusiva en el debate sobre la redistribución económica- se ve
complicado (en ningún caso sustituido) por el creciente “politeísmo político”
resultante de la suma de los ejes del reconocimiento y de la redistribución, y
de tendencias más horizontalistas que no verticalistas en la representación
política.
Tal complejidad y
–quizás- la desorientación que suele resultar de ella, puede representar una
creciente dificultad para el empoderamiento ciudadano, máximamente cuando la
turboglobalización está imponiendo una enorme hegemonía de lo económico por
encima de lo político. Ahora bien parece difícil de imaginar que vuelva la
impenetrabilidad de las fronteras estatales típica del siglo XIX. Al contrario
el siglo XXI parece dirigido aceleradamente a una mayor integración mundial,
por mucho que ello comporte riesgos e inesperadas tensiones.
Por tanto creemos
que sólo el empoderamiento popular que permita y se esfuerce por empoderar a la política –y
viceversa-, puede hacer que ésta vuelva a imponerse a la economía y a los crecientemente
desregulados flujos económicos globales. Hoy es imperioso empoderar a la
ciudadanía para poder empoderar la política (y viceversa), para así poder hacer
frente a la hegemonía de los mercados.
Pero también
parece inevitable que el marco político actual sea mucho más complejo, diverso,
flexible, contrastado y “politeísta” que no el heredado de la Guerra fría. Nietzsche se definía a si mismo diciendo “soy
multitud” y hoy experimentamos todos la complejidad de la vida actual ante la
multiplicidad de roles distintos que debemos ejercer. Al mismo tiempo, exigimos
que se nos reconozcan esas multiplicidades y diversidades en la vida política,
pues solo así podemos expresarnos, defendernos y manifestarnos ante las
instituciones y los conflictos políticos que nos rodean.
Empoderarse de
tal complejidad es por eso una condición necesaria de todo ciudadano y –en conjunto-
es condición de posibilidad del reempoderamiento político frente a lo
económico, que parece ser una de las exigencias clave del presente. Debemos
pues empoderarnos de nuestro “politeísmo” político, social y vital para poder
empoderar la política –hecha entre todos- frente a unos mercados desregulados y
que cada vez sentimos como más ajenos y dictatoriales.
Estas
son algunas de las cuestiones que traté en la conferencia "Turboglobalización, reconocimiento y empoderamiento ciudadano" que pronuncié en la Universidad Alberto Hurtado de Santiago de Chile junto con el profesor Yanko Moyano (UB - GIRCHE) y organizada por los
profesores Diego García (Universidad Alberto Hurtado) y Livan Usallan (Universidad Diego Portales - GIRCHE). El debate y las cuestiones suscitadas por el amable y
muy formado público, me confirmaron que esa complejidad y ese empoderamiento
han venido para quedarse un cierto tiempo.
1 comment:
Hola Gonçal,
Felicidades por esta visión, a la vez sintética e incisiva. Al hilo de este post, y compartiendo plenamente la tesis de que “hoy es imperioso empoderar a la ciudadanía para poder empoderar la política (y viceversa), para así poder hacer frente a la hegemonía de los mercados”, quisiera exponer algunas reflexiones:
Tanto el empoderamiento ciudadano como el político requieren, para ser efectivos, algún tipo de acción colectiva, es decir, la capacidad –y la predisposición- de aunar individuos y grupos en torno a unas reivindicaciones, demandas y acciones conjuntas y sostenidas en el tiempo. El empoderamiento meramente individual es incapaz, por sí solo, de subvertir las actuales reglas del juego; a lo sumo, puede lograr que algunas personas mejoren sus condiciones socioeconómicas.
Pero, a su vez, la acción colectiva con voluntad transformadora sólo es posible si sus miembros creen que comparten una identidad (clase social, género, cultura…) y, sobre todo, tienen un proyecto colectivo de largo alcance, un propósito que trascienda las meras demandas puntuales (o, mejor dicho, que las integre en un objetivo global).
Y, llegados a este punto tenemos dos obstáculos graves: en primer lugar, en nuestra modernidad líquida (Bauman) los roles, las dinámicas grupales y los objetivos tienden a periclitar y a ser sustituidos antes incluso de haber cristalizado. Es relativamente fácil movilizar a amplios sectores en un momento y unas circunstancias concretas –y, en este sentido, la capacidad catalizadora de los Nuevos Movimientos Sociales, con su dinámica más horizontal y viral que jerárquica, ha demostrado sobradamente su eficacia e incidencia- pero cuesta mucho, muchísimo, conseguir que tales acciones se sostengan en el tiempo y consigan aunar el necesario pluralismo o “politeísmo político” con un proyecto integrador, global.
En segundo lugar, hay diversos factores –marketing político, desregulación, extensión de la lógica económica competitiva a todos los ámbitos- que confluyen para crear un abismo entre individuo y sociedad; se nos insta a buscar “soluciones individuales a problemas generados colectivamente” (Beck), al tiempo que el discurso y la praxis política se tiñen de una narrativa meramente privada: ya hace años que Chomsky señaló una encuesta que mostraba que el número de estadounidenses que conocía el nombre del perro de los Bush era muy superior al de los que eran capaces de citar una sola de sus decisiones políticas.
Son obstáculos graves que requieren más atención de la que hasta la fecha han recibido. No tenerlos en cuenta y quedarnos sólo con el potencial movilizador de los nuevos movimientos sociales y las nuevas tecnologías supone regalar una victoria más a las elites –nuevas y viejas- en el poder. Y a los movimientos populistas y xenófobos que se nutren del creciente malestar social.
Una abraçada
Lluís
Lluís
Post a Comment