¿Qué es el derecho a la ciudad? ¿Cual es su relación
con el resto de los Derechos Humanos? ¿Es un derecho de menor importancia o, en
cierto sentido, condición de muchos otros derechos?
Desde los poblados neolíticos a las sociedades
avanzadas, la ciudad es el ámbito social más concreto, compacto y cercano a la
vida cotidiana de las personas. Es decir: es el acceso real, próximo y por
antonomasia a la civilización, a la ciudadanía, a los derechos civiles y
políticos. Pues todos esos términos remiten precisamente al latín “civitas”
o al término griego “pólis” que básicamente significaban “ciudad”.
Por eso –desde Henri Lefebvre- el “derecho a
la ciudad” se puede identificar con gran parte de los derechos humanos y
cívicos más implicados en la vida cotidiana de la gente. Pues la ciudad es
el entorno, más o menos inmediato, donde es pensable que todos los ciudadanos
interactúen de acuerdo a todas sus facetas humanas: convivenciales,
productivas, culturales, educativas, decisiones políticas, etc.
Históricamente en las ciudades, incluso las personas
que (se dice) “no tienen poder” suelen tener una mínima agencia propia
interactuando entre si y creando relaciones cívicas, redefiniéndolas y
transformándolas. Esa mínima agencia personal es efectiva en las ciudades
incluso más allá de la representación política.
Ello ya no suele suceder en
los Estados y es un aspecto a destacar del entorno ciudadano; y por eso -el
sociólogo urbanista Robert Park- consideraba que la ciudad “Es uno de
los intentos humanos más consistentes, y a la postre más exitosos, de rehacer
el mundo en el que se vive a partir de los propios anhelos más
profundos.”
Sin duda, es cierto que el Estado-nación nos determina
profundamente, que la turboglobalización lo hace cada día más y que
crecientemente interactuamos proyectados en el “ciberespacio” de Internet o las
redes sociales telemáticas. Ahora bien, continúa siendo sobre todo en la
ciudad, nuestra ciudad, donde puede realizarse civilizadamente la
interacción cotidiana que define a la humanidad como especie social.
Por
eso es sobre todo en la ciudad (ya sea la gran metrópoli, sus suburbios o los
pequeños poblados) donde se puede llevar a cabo la acción más o menos directa y
sin los filtros, exclusiones, privatizaciones, desempoderamientos… que a veces
genera la política profesional representativa.
Prácticamente sólo en la ciudad (tampoco solos ni en
artificiales e ingenuas “comunas”) se puede dar esa dualidad mínima de la
acción política actual: “piensa global, actúa local”. Podemos glosar esta
famosa consigna como: piensa holísta y globalizadamente; empodérate y actúa
como ciudadano, en tu ciudad.
Ahora bien y como detecto lúcidamente Henri
Lefebvre en 1968 (El derecho a la ciudad), se está
pervirtiendo aceleradamente ese ámbito cercano de interacción cotidiana que ha
sido la ciudad –incluso bajo los regímenes más autoritarios e injustos-.
Muchas veces el problema más grave no era ese autoritarismo, sino –anticipando la idea de pensamiento único- la conversión de la ciudad en mera mercancía, al privatizarla al servicio de los intereses capitalistas y la reducción de la vida cotidiana-ciudadana a los parámetros meramente productivos-consumísticos.
Muchas veces el problema más grave no era ese autoritarismo, sino –anticipando la idea de pensamiento único- la conversión de la ciudad en mera mercancía, al privatizarla al servicio de los intereses capitalistas y la reducción de la vida cotidiana-ciudadana a los parámetros meramente productivos-consumísticos.
Así Lefrevre anticipó la tendencia creciente a “ciudades sin ciudadanos” y a
la mercantilización privada de lo común (que sin duda son hoy problemas
mucho más graves que en el 1968). Por eso y cada vez más, se reclama el “derecho a la
ciudad”, es decir a recuperar ese ámbito de relación cotidiana y de
acción-reconocimiento personal-casidirecto. Así se ha hecho desde –sin ser
exhaustivos- el Tratado sobre Urbanización de la “Cumbre de la Tierra” de
Río de Janeiro 1992, las Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad
(Habitat International Coalition - HIC) -1995- y México 2000) o David
Harvey.
Ahora bien, todos sabemos que las ciudades también son
lugar de exclusión y que muchas veces constituyen laberintos en los que nos
perdemos. Para muchos “su” ciudad es un laberinto ajeno, alienante,
desorientador y excluyente. Por eso es necesario empoderar para la ciudad y
la política. Pero para esa tarea de empoderamiento político y ciudadano hay
que comprender cuando, por qué y para quien la ciudad actual constituye un
terrible laberinto.
A veces, cuesta entender las dificultades del
empoderamiento ciudadano, en gran parte por un cierto optimismo ingenuo
propagado con la mejor buena fe. Se considera que, siendo el hombre naturalmente
zoon politikon, por tanto la política y la ciudad son sus ámbitos de vida más
espontáneos, naturales e imprescindibles. Entonces se olvidan las muchas
dificultades para el empoderamiento ciudadano y que para mucha población la
ciudad es un terrible laberinto.
Hable
de estas cuestiones -para Polos de Cidadania-
en el III Seminário Internacional Cidade e Alteridade y el II Congresso Mineiro
de Direito Urbanístico
(12-14 novembro UFMG, Bello Horizonte, Minas Gerais, Brasil). Y
amablemente ha sido recogido y divulgado por LABIRINT - Laboratório Internacional de Investigação em
Transjuridicidade (UFPB,
Paraíba, Pernambuco, Brasil).
He expuesto la continuación y segunda parte en el post COGNITIVO-POSTINDUSTRIAL CONTRA FORDISTA-TAYLORISTA y la tercera parte en SOCIEDAD DEL DESEO DIFERIDO HASTA EL COLAPSO.
De estas cuestiones hay resumenes en castellano en el post CAPITALISMO COGNITIVO: LABERINTO CIUDADANO y en portugués en el post EMPODERAR PARA A PÓS-INDUSTRIALIZAÇÃO y
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