En filosofía, como en la vida, siempre estamos en
medio. Pues vida y filosofía tienen forma de rizoma. Más allá del inicio cronológico, todo vuelve a comenzar un número indefinido de veces. Unas cosas remiten a otras aunque solo sea por raices subterráneas, tan importantes como escondidas.
Como dice Deleuze y cita Alberto Álvarez Aura, “un rizoma no empieza ni acaba, siempre está en el medio, entre las cosas, inter-ser, intermezzo.”
Como dice Deleuze y cita Alberto Álvarez Aura, “un rizoma no empieza ni acaba, siempre está en el medio, entre las cosas, inter-ser, intermezzo.”
Pues ciertamente la vida –incluso la reflexivo-filosófica-
se inscribe entre algo que se pierde en esa inconsciencia sin memoria de la
infancia y un futuro todavía sin realidad. Está entre aquel pensador que nos
“tocó” por primera vez y así nos marcó inscribiéndonos –según Ortega y Gasset- en una
“tradición” o “circunstancia” cultural y el devenir que nos lleva –sin que esté
claro que tiene finalidad, en lugar de simplemente final- hacia algo futuro que
imaginamos al principio muy lejano y lleno de maravillosos proyectos. Pero que
va apareciendo progresivamente como algo más cercano y muchísimo más
inquietante, impulsándonos a dar un “Sentido” a ese mientras tanto.