De triunfar, los MOOCs (Massive Open Online Courses o cursos abiertos telemáticos y masivos) podrían dar el paso definitivo para romper las paredes de
las aulas; para liberar la clase del talento (o no) del ajetreado profesor allí
presente; para dejar sin sentido las tradicionales hileras de sillas y mesas mirando
frente a frente a una pizarra; para volver obsoletos aquellos buenos modos de pedir
la palabra levantando la mano y esperando que el profesor lo viera y se la
otorgara…
O yendo
a lo verdaderamente esencial, los MOOCs serían la culminación de la destrucción
de una ontología de la realidad donde el saber es “poseído” por unos pocos,
mientras todos los demás no pueden acceder a él sino a través de la pleitesía y
la imitación de aquellos pocos “poseedores”. Una concepción cerrada del saber
donde éste y el conocimiento no son algo abierto a cualquier investigador, es
decir: algo que uno hace en función de los propios intereses –evidentemente en
colaboración con los demás, literalmente con todo el mundo-.
Al
contrario el saber continuaría siendo algo poseído por alguien, al que debes
someterte de alguna manera para que te pueda “educar” transmitiéndote su saber.
Y lo que es peor: al mismo tiempo y de forma prácticamente inseparable con “su”
saber, transmite también todas sus limitaciones, presuposiciones, valores
e ideologías. Es decir una educación y transmisión (cosas en principio
absolutamente importantes y que no criticamos) llevada a cabo con independencia de los
intereses y valores del receptor -que así no puede emanciparse-; sino con los intereses
del emisor que, por tanto, conserva sobre el primero algún tipo de tutela,
superioridad o colonización intelectual.
Normalmente
los MOOCs presuponen las teorías connectivistas del saber (G. Siemens, S.
Downes…). Así culminan la evolución durante las últimas décadas en la concepción de
la educación y la transmisión del conocimiento. Así por ejemplo se destaca la
capacidad innata de los humanos para construir espontáneamente saber y llegar al
conocimiento interactuando libre y espontáneamente tanto con el mundo como
con el resto de la humanidad.
Tal
capacidad humana de construir libremente el saber está ampliamente constatada
con el largo proceso de humanización, con la creciente alfabetización posterior
a la revolución neolítica y acelerada con la modernidad, y –especialmente- con
las revoluciones tecnológicas y cognitivas de las últimas décadas. En todos
estos procesos hemos constatado sin duda importantes ejemplos de aculturización
basada en la relación maestro-discípulo, pero muchas más basadas en la libre
búsqueda de conocimiento en función de los propios intereses y necesidades.
Evidentemente
negamos que la investigación y el conocimiento se producan en
soledad, que sin duda suele ser muy negativa cuando es permanente. También negamos que la mejor situación de aprendizaje sea aquella donde el
“educando” o el que se hace preguntas, tiene que estar necesariamente sometido
a la disciplina y obediencia del que “posee el saber”.
Los MOOCs reivindican, en cambio, el alto valor innovador y creativo que surge de la activa interacción,
de cada uno y a partir de las propias motivaciones, con la potencialmente infinita
red de aquellos que se plantean cuestiones similares y tienen informaciones
relevantes (aunque a veces parciales).
Los
MOOCs se basan en la constatación del gran poder cognitivo que surge cuando un
gran número de motivados investigadores convergen e interactúan en una eficaz
red investigadora y de apoyo mutuo. Ese parece ser el mejor entorno de
aprendizaje y creación, a la vez mucho más libre y productivo que la simple
imitación de un maestro o, incluso, la lecciones magistrales de éste
(presuntamente quintaesenciadas).
Las teorías pedagógicas más avanzadas y los MOOCs proponen un modelo alternativo al modelo de la “lectio” escolástica medieval. También se oponen al modelo
universitario alemán (a partir de la creación de la Universidad de Berlín -1810- por Wilhelm von Humboldt) que unía docencia e investigación y que todavía es la base
de muchas famosas universidades actuales.
Estudios comparativos afirman que la mayor diferencia entre la lección magistral y la autónoma interacción creativa no se da en cuanto a la atención que genera en el alumnado (que es muy similar). Pero sí se da en cuando a la motivación e implicación de los educandos, que es muy superior a la pasiva lección magistral tradicional; también se da en la memorización y capacidad de recordar a largo plazo lo aprendido (algo que siempre suele estar en vinculación con el nivel de motivación e implicación personal en el momento del aprendizaje).
Estudios comparativos afirman que la mayor diferencia entre la lección magistral y la autónoma interacción creativa no se da en cuanto a la atención que genera en el alumnado (que es muy similar). Pero sí se da en cuando a la motivación e implicación de los educandos, que es muy superior a la pasiva lección magistral tradicional; también se da en la memorización y capacidad de recordar a largo plazo lo aprendido (algo que siempre suele estar en vinculación con el nivel de motivación e implicación personal en el momento del aprendizaje).
La diferencia en favor del la autónoma interacción creativa y
por encima de los sistemas tradicionales se da, sobre todo, en el aprendizaje de complejas
habilidades y de la capacidad de aplicarlas creativamente a nuevas
circunstancias. Es decir a la indudable mejora y superioridad en cuanto a
motivación, implicación y a la capacidad y fiabilidad de recordar lo aprendido, se
añade una mejora aún mucho más amplia en
el uso creativo de complejas habilidades en entornos cambiantes y no
previsibles.
Evidentemente
el acelerado cambio tecnológico, en las actitudes vitales y
cognitivas, y en la sociedad postindustrial del conocimiento, es el más claro
ejemplo de entorno cambiante, no previsible y que exige de la población
respuestas creativas y rápidas adaptaciones. Todo eso lo potencian
extraordinariamente los MOOCs, que además permiten el acceso de las enormes
masas que configuran hoy la humanidad con costos mínimos sino gratuitos.
De
hecho se ha constatado y yo mismo lo considero una cuestión del todo primordial
que, en la actual turboglobalización cognitiva y tecnológica, es mucho más
importante (que haber adquirido unos ciertos conocimientos) haber construido una
eficaz red personal de interacciones con partners o pares muy implicados en
búsquedas cognitivas y recíprocamente solidarios. También es mucho mejor estar
bien preparado para tipos de comunicación horizontales (entre pares) que no
estar bien adaptado a las verticales (más disciplinadas, de obediencia o de mera
emulación).
Cada
vez más, los tiempos exigen y uno vale profesionalmente (quizás también en
otros aspectos) lo que valen sus capacidades para interactuar creativa y
eficazmente en una red cognitiva y personal. Tanto como lo que sabemos o
podemos hacer nosotros mismos, lo que importa es lo que podemos hacer o saber
movilizando rápidamente nuestra red de contactos y recursos. De hecho estas
afirmaciones resultan del todo compatibles con las teorías conexionistas
actuales.
Todo
indica que para adaptarse a nuestro presente angustiante, pero también abierto
a oportunidades y retos, nada mejor que un modelo pedagógico basado en “quests”
telemáticas que emulen, lo más rigurosamente posible, las condiciones reales de
investigación y que pongan a prueba la red de apoyos e interlocutores que cada
uno de nosotros dispone (o debe disponer).
El
término “quest” y la evolución actual de su sentido es muy interesante: en
principio significa “búsqueda” y tiene una clara relación etimológica con
“question”, pregunta o cuestión. Ahora bien, en la actualidad cada vez se usa
más con el sentido de “aventura”. Y la explicación nos parece clara: la
sociedad moderna cada vez más basada en el conocimiento (y también en el
espectáculo) tiende a interpretar las búsquedas y las preguntas como
“aventuras” cognitivas (que Hollywood ha espectacularizado con personajes como
el arqueólogo Indiana Jones).
Supongo
que es una manera para hacer de la obligación deseo, hacer más atrayente
lo que es necesario y legitimar la realidad empírica de la sociedad del
conocimiento y el capitalismo cognitivo. Aunque continua al espectacularización
de figuras como “el científico loco” tan importante en otros tiempos (del Dr.
Frankenstein de Mary Shelley o Metrópolis de Fritz Lang hasta muchos malvados
de los cómics y las películas de James Bond) hoy se tiende a ver a los aventureros cognitivos de una
manera más amable y positiva (objetivo confesado de Steven Spielberg).
Pero
volvamos a las innovaciones educativas de los MOOCs. En primer lugar sustituyen
a los tradicionales profesores por “facilitadores” que tienen un papel mucho
menos omnipresente y directivo en el proceso educativo.
El profesor tradicional era pensado como un experto que “sabe” (tiene predeterminado totalmente) la meta cognitiva a la que deben llegar “sus” alumnos. Por eso el modelo educativo tradicional daba al profesor el papel primordial, en cambio los alumnos debían ser como la cera o la arcilla en manos del profesor. Los alumnos debían dejarse modelar por el profesor o la escuela; debían depositar toda su confianza y esfuerzo en seguir estrictamente el método propuesto por aquél (recordemos que la etimología de “método” es “camino” y que normalmente era pensado como lineal, unidireccional y con un solo camino válido entre A y B).
El profesor tradicional era pensado como un experto que “sabe” (tiene predeterminado totalmente) la meta cognitiva a la que deben llegar “sus” alumnos. Por eso el modelo educativo tradicional daba al profesor el papel primordial, en cambio los alumnos debían ser como la cera o la arcilla en manos del profesor. Los alumnos debían dejarse modelar por el profesor o la escuela; debían depositar toda su confianza y esfuerzo en seguir estrictamente el método propuesto por aquél (recordemos que la etimología de “método” es “camino” y que normalmente era pensado como lineal, unidireccional y con un solo camino válido entre A y B).
Siguiendo
los métodos más modernos, los MOOCs proponen una metodología más participativa,
proactiva, autónoma, abierta y libre. Es cierto que continúa habiendo una
cierta meta, pero ésta es más bien definida como una “quest”, es decir una
investigación abierta y que no predetermina totalmente el resultado. Ciertamente
con los actuales retos y cuestiones tan complejas, multidisciplinares y
macrocompuestas de otras subordinadas, se imponen perspectivas postdisciplinares
que reconocen el error de limitar, confinar o predeterminar las posibilidades
de aportaciones innovadoras.
Es cierto que en los MOOCs
también hay la inevitable figura de los “planificadores”, es decir los que lo
diseñan, construyen y desarrollan. Pero como en el caso de los “facilitadores”
juegan un rol mucho más limitado y muchísimo menos omnipresente en el proceso
educativo que los profesores tradicionales.
Así como el profesor tradicional era en todo momento
el planificador omnipotente (recordemos el derecho de cátedra para evitar
coartar su libertad de expresión) y el principal agente del proceso educativo. En cambio los “facilitadores”, en los MOOCs, se
limitan a ayudar a superar los bloqueos a los estudiantes y asesorarlos en sus
decisiones cognitivas.
Pues son los estudiantes mismos los principales agentes y señores de su propio proceso educativo. Además éste, como corresponde, a una sociedad de masas en red telemática se construye interaccionando con todo el potencial de Internet.
2 comments:
Hola Gonçal,
He disfrutado con la lectura de este post, cuya temática, hasta ahora prácticamente desconocida para mí, me parece muy interesante. Comparto plenamente la apuesta por una concepción del saber abierta, interactiva y universal, y apuesto claramente por el “alto valor innovador y creativo que surge de la activa interacción, de cada uno y a partir de las propias motivaciones, con la potencialmente infinita red de aquellos que se plantean cuestiones similares y tienen informaciones relevantes".
Igualmente coincido en la crítica a la concepción jerárquica, disciplinaria y marcadamente individualista del aprendizaje y del conocimiento y, sobre todo, a las dinámicas de funcionamiento de unas instituciones docentes que, en no pocas ocasiones, más que contribuir a la emancipación individual y colectiva mediante la transmisión del saber y del uso de la capacidad de pensar, se han dedicado más bien al adoctrinamiento, a la producción de “saberes disciplinarios” cuya función latente (lo que algunos autores denominan “currículum oculto”) consiste, más allá de proporcionar conocimientos teóricos y prácticos, en inculcar hábitos de disciplina, sumisión a la autoridad, creación de rutinas y demás mecanismos encaminados a predisponer a la población al acatamiento del orden económico, social, político e ideológico existente. En suma, a convertirnos en sumisas y predecibles piezas del engranaje de la fábrica, del marketing y del Estado.
Sin embargo, este nuevo, y prometedor, escenario me plantea algunas dudas. La primera parte de la apuesta –que hago mía- del conocimiento como algo que, en su concepción más genuina, se cimenta a menudo contra las apariencias, contra las supuestas evidencias del sentido común y que, por tanto, exige el cuestionamiento de las ideas dominantes, la reflexión, la formulación de interrogantes incómodos y el distanciamiento de los clichés, de los lugares comunes. Pues bien, partiendo de esta base tengo dudas sobre la capacidad y, sobre todo, la predisposición, de esta nueva concepción conectivista e interactiva del conocimiento para facilitar este necesaria fase de distanciamiento. Dicho en otros términos: en su libro La estructura de las revoluciones científicas, Kuhn plantea la dicotomía entre la fase “normal” del conocimiento científico, en la cual los descubrimientos, ideas y aportaciones se realizan y difunden sin cuestionar las bases epistemológicas y ontológicas que lo sustentan, y las fases revolucionarias, en las cuales asistimos a un cuestionamiento radical tanto de las teorías dominantes como de dichas bases. La pregunta que formulo, en este sentido, es si la conectividad constante y el trabajo en red favorecerán estas fases –las más creativas- o si, por el contrario, tenderán, por la fuerza del número y por la lógica competitiva basada en conseguir el máximo de seguidores, de publicaciones y de impacto, a no cuestionar las ideas dominantes, a limitarnos a aportar ideas nuevas al tronco central del conocimiento, sin atreverse a intentar levantar otro nuevo.
La segunda duda hace referencia a la capacidad y, una vez más, a la predisposición de esta concepción abierta del saber para alentar el aprendizaje y la producción del conocimiento entendidos como un proceso, en ocasiones largo, laborioso y lleno de dudas y cavilaciones, que requiere tesón, ganas y, sobre todo, tiempo. En este sentido, y si bien es cierto que la participación libre en redes de conocimiento abiertas permite multiplicar el intercambio de ideas, datos y aportaciones, y si bien es cierto que todo ello estimula la creatividad y la imaginación, no sé si la necesidad de aportar e intercambiar rápidamente ideas, proyectos y datos, así como de estar permanentemente conectados, constituye un obstáculo, potencialmente grave, a este necesario proceso lento. Si Kant viviera hoy, sin duda tendría a su alcance un montón de datos, ideas y teorías que le servirían de estímulo, pero ¿podría acaso disponer del tiempo y el sosiego necesario para madurar sus revolucionarias e incisivas ideas?
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