Hubo un tiempo, en el que el derecho acogía más
habitualmente “humanidades” desbordantes como Paulo Ferreira da Cunha. Entonces,
como hoy Paulo, el derecho era inseparable de otros saberes humanos como la
filosofía, las artes, la buena escritura y la mejor retórica, la historia, la
teología, la medicina…
Filosofía
Era un momento donde –por ejemplo- la filosofía
veía nacer la “facultad superior” de derecho, desde la “facultad de artes” (en
cuya interdisciplinariedad me siento más cómodo, amigo como soy de la filo-sofía).
Entonces la filosofía se sentía un poco como la madre que todavía se resiste a
emancipar a sus hijos. Pues en aquellos tiempos la filosofía creía (como todavía
lo cree un servidor de Ustedes) que podía ser útil, ayudar a crecer, evitar
algún problema y acompañar cálidamente el crecimiento sus tres primeras hijas: la
teología, la medicina y –creo que sobre todo- el derecho.
Era también una época donde en reciprocidad lo
jurídico y el judiciario –como Paulo hoy- hacían gala de ser filosofantes y,
por supuesto, se negaban a considerar ajeno nada que fuera humano.
Teología
Entonces el derecho mantenía también muy
fructíferas relaciones con las otras dos “facultades superiores”. En primer
lugar, tenía un ojo fijado en la teología, que auscultaba a la sustancia divina con esperanza, pero
también con la angustia que expresó maravillosamente Rilke en las Elegías de Duíno: pues si la llamada
humana a los cielos fuera contestada, la naturaleza muy superior e infinita de
éstos destruiría a la humana al más mínimo contacto.
Medicina
En segundo lugar, el derecho miraba también a la medicina,
pues asumía su destino de curar la sociedad. El buen derecho garantiza el
bienestar público y la salud institucional en las sociedades, de manera similar
a como la buena medicina restituye el equilibrio corporal. Médicos y
judiciarios deben curar las patologías de las dos grandes vertientes de la
humanidad mortal, finita, sufriente, falible, inestable e incluso patológica.
Ambas sabían de la importancia de reequilibrar los
humores, todos necesarios pero cada uno de ellos aniquilador si se da en exceso
unilateral. Vitalidad, capacidad de trabajo y de sacrificio deben hermanarse
con la racionalidad pragmática y metódica. Pero también con el apasionado amor
de sí que es capaz de luchar por la verdad y el reconocimiento hasta la muerte,
y –además- con el distanciamiento reflexivo y melancólico que no renuncia a
preguntar el por qué. Paulo congrega en grandes cantidades esos cuatro humores
clásicos.
En un tiempo donde la teología se sentía inmensamente
superior y la medicina luchaba con muchas menos armas y vanidad que la tecnología
transhumanista actual, el derecho era todo lo demás. Era ni más ni menos que
todo lo demás. Aunque la filosofía todavía metía sus narices en todo, creo que
no exagero en absoluto si digo que el derecho entonces tutelaba, abarcaba,
aspiraba a encarnar y se interesaba por toda la substancia humana social, por
toda obra e institucionalización humana. No solo la res cogitans cartesiana sino también el zoon politikon griego.
Nomos
El derecho atendía a todo el nomos, que incluso incorporaba en cierta medida la physis y la bios incluidas entre las murallas de la pólis. Sin duda la ciudad-Estado y el zoon politikon erigían
baluartes para defenderse de la agresión de otras pólis o imperios, pero también
para escindir y defender su autoconstruido nomos de la physis salvaje.
Zoé ctónica
La naturaleza fuera de murallas era pensada como zoé
incivilizable, como caos sin ley, como sin sentido, como bárbara ausencia de
palabra... Incluso era pensada a través de los dioses ctónicos, telúricos,
primordiales y anteriores a los dioses olímpicos. Pues respondían a una naturaleza
prepolítica y pre-nomos. Eran titanes que despertaban pavor sin límite y
admiración sin comprensión.
Recordemos que eran capaces de devorar a sus propios
hijos sin culpa, sin vergüenza, sin juicio, sin ley... En cierta medida eran
fuerzas desatadas de la naturaleza a las que no se podía imputar ni la justicia
ni la injusticia, ni la culpabilidad ni la inocencia, ni el crimen ni el
derecho. Eran ciegos al “deber ser” pues solo eran “ser”, potencia sin medida y
fuerza caótica. Por tanto el amplísimo ámbito del nomos humano no podía decir nada
frente a esos titanes ctónicos, porque el clamor humano no tenía el menor viso
de ser escuchado por ellos, pues su existir abría a un “temor y temblor” más inefable
aún que el pensado por Kierkeggard.
Estaban abismalmente más allá del derecho que -por
el contrario- era todo lo demás (algo que sin duda hace feliz a Paulo). Ya
etimológicamente “derecho” remite a lo hecho correctamente, la
institucionalización justa, la relación equitativa, lo construido
“derechamente”, lo bien hecho, lo recto, lo conforme a “derecho”…
Pólis y Philia
Como hemos dicho, el derecho era todo lo demás, el
nomos sin excepción, la bios humana que incluso quería juzgar, legislar y
comprender la zoé que se iba lentamente incorporando con cada nueva extensión
de las murallas de la ciudad-Estado. Remitía pues a toda la substancia humana
con otra medicina y equilibrando otros humores que los del estricto cuerpo de
los individuos.
Había que curar también a la pólis colectiva y reequilibrar a los
humores de la discordia ciudadana. Pues, incluso rechazando fuera de las
murallas como exigía Zeus a los que no tenían sentido de la justicia (según el Protágoras de Platón), todavía era
necesario construir y mantener la philia –ese esencial cemento de la pólis,
según proclama Aristóteles-.
Cosmos
Eso era ni más ni menos el derecho: todo nomos que
instaura cosmos frente al caos; toda barrera contra la discordia; toda lucha
contra la injusticia; toda medicina político-ciudadana; la fuente de la philia
como cemento de la pólis; y esa teología centrada en el “Dios en la tierra” de
Hobbes.
El derecho y el nomos instauran el cosmos ciudadano,
político y humano frente al caos de lo inhumano. Domestican a los dos monstruos
bíblicos Leviathan i Behemot, del mar y de la tierra, pero también del férreo
orden y del caos sangrante. Generan la alquimia institucional que permite respetar
el agonismo humano evitando el antagonismo (Chantal Mouffe) de la guerra y la
temida discordia social. Deben construir un “nosotros” sin que el “ellos” designado
correlativamente lo destruya (un riesgo que Carl Schmitt subestimó).
Humanizar
Los Paulo da Cunha asumen que la expansión del
nomos va más allá de cualquier especialización. Todo nomos tiene un mismo y
sagrado objetivo: humanizar. Convirtiendo lo telúrico en humano, consigue que
el “aire de la ciudad haga más libres” a los que se acogen a su nomos. ¡Qué en
el fondo somos todos!
Artículo "Derecho filosofante, curativo, nomoético, humanizante..." de Gonçal Mayos en Pensar, Ensinar e Fazer Justiça – Estudos em homenagem a Paulo Ferreira da Cunha; Santo André: Kapenke, 2020. ISBN 978-85-93894-23-5
Véase los posts:
- DERECHO FILOSOFANTE, CURATIVO, NOMOÉTICO Y HUMANIZANTE
- POSTDISCIPLINARIEDAD JURÍDICA: PAULO CUNHA
Artículo "Derecho filosofante, curativo, nomoético, humanizante..." de Gonçal Mayos en Pensar, Ensinar e Fazer Justiça – Estudos em homenagem a Paulo Ferreira da Cunha; Santo André: Kapenke, 2020. ISBN 978-85-93894-23-5
Véase los posts:
- DERECHO FILOSOFANTE, CURATIVO, NOMOÉTICO Y HUMANIZANTE
- POSTDISCIPLINARIEDAD JURÍDICA: PAULO CUNHA
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