Los
cambios políticos de gran calado nunca han sido fáciles. Pero hay que preguntarse si ¿Hoy son más fáciles o
más difíciles que en otras épocas? En todo caso, estamos sin duda en la sociedad que cambia
más aceleradamente de toda la historia humana. Y por ello resulta acuciante plantearse si ¿es posible dirigir
adecuadamente ese cambio? ¿Es posible empoderar la población para que impulse y
consiga el cambio político que desea? ¿Puede conseguirlo incluso frente a la
oposición de la clase política “profesional” y la dominante “casta” económico-política?
Estos son básicamente los objetivos primordiales de movimientos tan diversos como el 15M, las
primaveras árabes, “occupy Wall Street” o las manifestaciones brasileñas de
junio del 2013. Incluso es el objetivo de todos los movimientos políticos de
cambio, ya sea revolucionario o moderadamente regenerador.
Pues la historia ha
enseñado que todo cambio –por pequeño que sea- molesta y genera la oposición de
aquellos que pueden pensar que pone en peligro sus privilegios. Por
tanto todo cambio -por positivo que pueda ser en general o para la mayoría-
tiene siempre sus detractores y sus enemigos, que intentan abortarlo. Por eso
los cambios políticos, económicos, culturales, sociales, etc. tienen siempre
grandes fuerzas en su contra. Y eso ha sucedido siempre; ahora bien: ¿Sucede
hoy más o menos? Esta es actualmente nuestra cuestión.
Sin
duda es una cuestión de la máxima importancia determinar las posibilidades actuales
de la ciudadanía para impulsar los cambios que desea y necesita; ya sean políticos, económicos, sociales,
culturales, etc. Hay que analizar cómo reconducir y suturar el actual capitalismo dislocativo resultante de la turboglobalización. Es una cuestión clave para los teóricos
de la política, pero quizás sobre todo para la gente damnificada por la
crisispost2008 y el crecimiento de las desigualdades que Thomas Piketty hoy atestigua
con gran profusión de datosa a El capital del siglo XXI.
Más
allá de talantes optimistas o pesimistas es de la máxima importancia intentar
determinar: ¿Qué esperanzas pueden tener los movimientos que reclaman una
democracia más efectiva y un giro más social en las políticas públicas? ¿Pueden
movilizarse efectivamente y cambiar la sociedad en tal dirección? ¿O fracasarán
y se habrá dado un paso más hacia el “pensamiento único” y el dominio generalizado del “consenso de Washington” neoliberal?
Sobre
estas cuestiones, el sociólogo Lluís Soler me ha recordado -en un comentario a
un artículo de este blog- la gran dificultad que la actual sociedad
turboglobalizada y postindustrial plantea. El cambio acelerado, la gran diferencia
en las circunstancias vividas por la gente y la enorme división en las tareas
laborales provocan que sea más difícil que antes “aunar individuos y grupos en
torno a unas reivindicaciones, demandas y acciones conjuntas y sostenidas en el
tiempo”.
En la modernidad
líquida teorizada por Bauman se cumple -mucho más que en el tiempo de Marx- la percepción
que éste formuló en El manifiesto comunista de que la sociedad capitalista vive
en y por el cambio, y que eso hace que “todo lo sólido se desvanezca en el aire”.
Por eso Marshall Berman tomó esta expresión como emblema de la modernidad y
como título de su famoso libro de 1982.
También
por eso coincidimos con el economista y filósofo humanista Alfonso Bárcena y
con su tesis doctoral de Macrofilosofía del capitalismo. Pues muchas veces, la
velocidad de dislocación de la sociedad y de la vida humana impuesta por el
turbocapitalismo es quizás hoy el principal peligro y una de las fuentes de
mayor inhumanidad o deshumanización. En una frase breve y contundente: la
acelerada y profunda dislocación pone en peligro –hoy- lo humano; es decir: amenaza
cualquier proyecto humano de vida ya sea a nivel individual como –especialmente-
a nivel colectivo. ¡Ya no digamos a nivel global, cosmopolita o de la
humanidad!
En definitiva,
hoy la sociedad turboglobalizada neoliberal se mueve a una velocidad muy
superior a cualquier otra época anterior y -por tanto- dificulta aún más que la
gente pueda movilizarse rápida, eficaz y generalizadamente para obtener sus
objetivos. Convierte en prácticamente imposible que los consiga, antes de que
la muy acelerada dinámica transformadora del actual capitalismo vaya más
rápido, se anticipe y trastoque totalmente ya sea los objetivos, ya sea los
medios, ya sea los consensos… o todo eso a la vez.
El
problema es –pues- la fácil, profunda y global dislocación que –sin excepción-
provoca el turbocapitalismo actual. Además, esa dislocación es especialmente peligrosa
y desanimante cuando afecta a los mismos movimientos sociales que intentan
dirigir los cambios en direcciones más justas, humanas y fraternas. Incluso cuando no hay desgarro de los ligamentos que hacen humana la sociedad, su dislocación es difícilmente reversible. Aunque parezca que nada se ha roto y aparentemente se haya revertido la dislocación, lo cierto es que la articulación está toda ella resentida y ya no funciona con la eficacia anterior. Por eso el capitalismo dislocador que surge con la turboglobalización es especialmente peligroso.
Tiene
por tanto razón Lluís Soler en que, la perpétua y profunda dislocación de la
turboglobalización, pone a prueba y muchas veces derrota la comprobada eficacia
de “la capacidad catalizadora de los Nuevos Movimientos Sociales, con su
dinámica más horizontal y viral que jerárquica”.
Ahora
bien quizás también aquí puede funcionar la esperanza formulada por Hölderlin de
que “allí donde crece el peligro, crece también lo que salva”. Pues muchos
teóricos de los Nuevos Movimientos Sociales (NMS) destacan que éstos se oponen
a las viejas, fosilizadas, verticalistas, disciplinadas y hoy poco eficaces “macroideologías”,
precisamente porque constatan que hoy aquellas ya no pueden hacer frente a la
acelerada dislocación que genera la sociedad turboglobalizada capitalista
actual.
Sería por
eso y no por placer, pues también perciben que pierden posibilidades valiosas, que
los NMS se ven forzados a apostar por estrategias, organizaciones e ideologías más
ágiles, horizontales, libérrimas, virales… ¡e imaginativas! Pues es muy difícil revertir las dislocaciones sociales pues afectan profundamente y a largo plazo las articulaciones sociales, es decir la "philia" social que Aristóteles definía como el principal "cemento de la polis".
Es
decir el cambio percibido en los NMS respecto a los tradicionales de la
modernidad sólida y la industrialización fordista-taylorista no sería
simplemente una cuestión de gusto o vinculado al carácter psicológico,
subjetivo y superficial de los NMS, sino una profunda necesidad vinculada a las
características objetivas del turbocapitalismo postindustrial. Sería pues
resultado de una inteligente, esforzada y dificultosa adaptación a las nuevas circunstancias
sociales, políticas, económicas y culturales.
Además,
es cierto que las tecnologías avanzadas de la información y la comunicación (TIC) facilitan
y potencian esas nuevas, ingeniosas, pero también muy inteligentes estrategias de
organización, comunicación, articulación y coordinación, que han caracterizado a los NMS y
que les ha dado gran parte de los éxitos que todos recordamos. Es decir, ese
inteligente e imaginativo uso de las TIC y de las estrategias de coordinación
es lo que ha permitido algunas veces articular la disidencia para dislocar el establishment hegemónico antes
que -éste o el rapidísimo turbocapitalismo- dislocase a esos movimientos y los
proyectos políticos-sociales del conjunto de la población.
Por eso
continúa siendo vigente y no es sólo una genialidad ingenua y optimista el
eslogan del mayo del 68: “¡La imaginación al poder!”. Eso ya lo vieron los situacionistas en pleno Mayo del 1968. Pues sólo la imaginación –además rápida,
certera y eficazmente articulada con el conjunto de la población- puede superar la
velocidad de dislocación que hoy más que nunca hace que “todo lo sólido se
desvanezca en el aire”. Ese peligro incluye –resaltamos- a los propios Nuevos
Movimientos político-sociales y a sus estrategias para reconducir la dislocación y
articular humanamente nuestra sociedad.
Breve reseña
Breve reseña
1 comment:
Hola de nuevo, Gonçal,
Admito, claramente, que las características principales de los NMS, como por ejemplo su horizontalidad, su carácter predominantemente cortoplacista, su expansión “viral” y su uso intensivo y creativo de las posibilidades que brindan las nuevas tecnologías, no obedecen a un mero capricho, ni algo vinculado al “carácter psicológico, subjetivo y superficial de los NMS” sino que serían el resultado de “una inteligente, esforzada y dificultosa adaptación a las nuevas circunstancias sociales, políticas, económicas y culturales”.
Admito, igualmente, que en no pocos ámbitos están incidiendo significativamente en la agenda social, obteniendo un inusitado impacto, logrando introducir demandas y peticiones populares en el debate público y, lo que es más importante, “empoderando”, es decir, facilitando las herramientas conceptuales y organizativas necesarias para dejar de ser sujetos pasivos de la actual turboglobalización para pasar a ser personas y colectivos con capacidad de incidencia.
Sin embargo, para revertir la dislocación social –y cognitiva- del turbocapitalismo actual se requiere algo más. Algo que, sin menoscabo de una necesaria imaginación y una no menos necesaria capacidad y predisposición a adoptar nuevas y creativas formas de movilización rápida y horizontal, sea capaz de recomponer esa “philia” social aristotélica a la cual haces referencia.
Esa anhelada philia requiere, a mi juicio, dos requisitos básicos. El primero es la capacidad y, sobre todo, la voluntad de articular vínculos sociales que permitan crear lazos sociales, culturales y éticos perdurables. El reto, en una sociedad en que las fórmulas tradicionales de socialización –familia, empresa, sindicato, partido, iglesia, etc.- están en crisis o, mejor dicho, se vuelven líquidos, se transforman, aparecen y desaparecen antes de que hayan podido cristalizar tales vínculos, consiste en articular formas de participación que permitan compatibilizar la articulación en red rápida, flexible y viral –características sin las cuales todo proyecto está, hoy, condenado al ostracismo- con la creación de lazos perdurables. Ello conlleva crear movimientos cuya razón de ser no se agote en la consecución de un objetivo concreto y puntual, sino que busquen crear – y mantener- unos lazos, una comunidad.
Lo cual nos lleva al segundo requisito: la sociedad es, también, una “comunidad imaginada”, un colectivo que se reconoce como tal en virtud no sólo de tales o cuales rasgos históricos, económicos y geopolíticos constatables objetivamente, sino también por la idea de sus miembros de que comparten unos valores culturales y, sobre todo, una voluntad de ser y perdurar en el tiempo, de tener horizonte compartido. Algo que sólo es posible si, más allá de reivindicaciones y propuestas concretas y acotadas, hay un trasfondo común, una aspiración, una visión global, una ideología.
Sí, es cierto que la aciaga historia del siglo XX nos muestra, sin lugar a dudas, la facilidad con la que las ideologías pueden servir de estímulo, excusa o catalizador de los más crueles y sofisticados totalitarismos. Sin embargo, no es menos cierto que sin un proyecto político –en mayúsculas- corremos el riesgo de que los movimientos que aspiren a redirigir el alocado ritmo que nos impone la turboglobalización actual aparezcan y se desvanezcan, en una sucesión loable y en ocasiones exitosa de demandas y organizaciones, pero incapaz, a la postre, de cambiar las cosas. Y es que, si bien es cierto que sin imaginación y sin capacidad para adaptarse al ritmo de los tiempos no hay posibilidad real de incidencia social, también lo es que sin lazos sociales perdurables –y proyectos a largo plazo que les confieran un sentido colectivo- la imaginación corre el riesgo de convertirse en un mero fuego de artificio, tan brillante como fugaz. O peor: en una nueva herramienta al servicio del orden líquido existente, siempre deseoso de apropiarse de nuevas ideas, conceptos y formas de organización.
Lluís Soler
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