Estoy totalmente
de acuerdo con el investigador de GIRCHE Lluís Soler: la pobreza, la exclusión social... son mucho más que “una mera cuestión de reparto de recursos económicos y de relaciones de poder”. Quizás más claramente dicho: no todo
acaba con una cierta redistribución económica o unas leyes formales de
representación política –como se limitan a pedir algunos partidos-. Pobreza y
exclusión son estigmas mucho más graves y difíciles de superar sobre todo si
falta un profundo reconocimiento y autoconocimiento empoderante.
Aunque
haya cierta redistribución, suele resultar claramente insuficiente (y
además hay mecanismos para evitarla, cuando interesa) para superar la pobreza y
la exclusión endémicas, especialmente cuando no hay profundo y recíproco
reconocimiento. Entonces hay un mero sucedáneo formal que, incluso los mismos
excluidos pueden haber interiorizado, y, por tanto, ayudar a mantener y
reproducir su exclusión.
Efectivamente: “entender la libertad como reconocimiento supone admitir que” todos los implicados se reconocen mutuamente y en la legitimidad de defender su diversidad en todos los juegos de la vida política, cultural, social, religiosa, cotidiana, emotiva, profesional, etc. Ello va mucho más allá de la mera y aparente igualdad (incluyendo las transferencias mínimas para que no se mueran de hambre) y libertad jurídico-formal.
Por supuesto entonces no se realizan los mínimos
criterios de igualdad y –¡aún más!- de libertad efectiva y empoderante: es
decir que vaya más allá de tener la libertad de “quedarse en la miseria y en la
exclusión”. Insisto en esa gran verdad
que enunció Hegel (por mucho que a algunos les pese) que sólo el que se reconoce y es reconocido por los demás como libre, lo es efectivamente.
Y no
hasta que surja el primer problema: por
ejemplo que se lleve la contraria al poder (por ejemplo votando en su contra) o
que no se descubran minerales valiosos debajo de los territorios reconocidos
como reservas de los indios norteamericanos. Entonces las “libertades”
(aparentes y quizás incluso formales) quedan en nada y son rápidamente
eliminadas.
Tienen
razón Soler en que eso “choca” “con el grueso del conocimiento
institucionalizado”, la que le suele ir bien limitarlo todo a “un problema de
insuficiencia de ingresos y de acceso a los bienes de consumo y/o a los
servicios básicos, y una perspectiva de análisis muy arraigada en la ciencia
política que plantea la igualdad y la libertad en términos dicotómicos: a mayor
énfasis en la igualdad –políticas de redistribución de la riqueza, legislación
social y laboral favorable a los sectores más débiles, etc.- menor grado de
libertad, y viceversa.” Así se facilita que a cambio de alguna transferencia –pequeña
¡no sea que se empoderen!- , la gente sea obligada o inducida a renunciar a la
plena autonomía y reconocimiento, para caer en el clientelismo o la dictadura
más o menos populista.
Como
creo que apunta Soler, estos argumentos están en la base de “los postulados
libertarios de Hayek según los cuales el estado del bienestar supone [o puede
suponer en ciertos contextos de populismo dictatorial] un “camino hacia la
servidumbre” y los planteamientos socialdemócratas de Norberto Bobbio”. Pero ciertamente parece predominar en ellos
la mera noción negativa de libertad (según Isaiah Berlin: poder escoger entre
alternativas (aunque esas sean muy pocas, prácticamente iguales y no tangan
nada que ver con lo que realmente quiere la persona) que es lo que sobre todo
reclama el economista e ideólogo de la Escuela de Chicago Milton Friedman (Libertad de elegir).
Efectivamente: “entender la libertad como reconocimiento supone admitir que” todos los implicados se reconocen mutuamente y en la legitimidad de defender su diversidad en todos los juegos de la vida política, cultural, social, religiosa, cotidiana, emotiva, profesional, etc. Ello va mucho más allá de la mera y aparente igualdad (incluyendo las transferencias mínimas para que no se mueran de hambre) y libertad jurídico-formal.
Estas son ciertamente MUY IMPORTANTES, no nos engañemos; pero
no lo son todo… y a veces entran en trampas saduceas que –ofreciéndote lo
menor- te niegan lo mayor y perpetúan la
miseria, exclusión, subordinación, minorización… Por eso reclamar la igualdad
en el reconocimiento es tan importante (y -a veces, pero no siempre- condición de posibilidad) de
la igualdad económica y formal (que también es clave para la primera, pero tampoco
suficiente).
Como
vemos la perpetuación de la pobreza, exclusión, subordinación, minorización,
clientelismo, caciquismo… puede hacerse con aparentes políticas redistributivas…
pero con un reconocimiento tramposo, no equilibrado, no recíproco… Al respecto
son muy relevantes y procedentes los análisis que citas de Richard Sennett
sobre “la precarización laboral inherente al turbocapitalismo actual: la
“corrosión del carácter”, la pérdida de relaciones sociales y la baja
autoestima”.
Quizás aún más significativos son en este punto concreto los
análisis de Amartya Sen. Significativamente éste es de origen indio y ha sufrido
sutiles “exclusiones” como –en el control de pasaportes- inquirirle por el
orgullo que debe sentir alguien como él (un “indio” y extranjero –le viene a decir el funcionario
inglés-) por poder trabajar para el famoso profesor Sen, ¡presuponiendo que no
podía ser él mismo, sino tan solo un colaborador menor del gran premio
nobel!!!!!
No menospreciemos la culminación del empoderamiento, el
autoreconocimiento y el reconocimiento de otros (incluyendo los funcionarios
estatales) al poder pronunciar una educada respuesta del tipo: gracias, muy
amable, Amartya Sen soy yo. Fijémonos que con sólo esa educada frase: las
jerarquías, las exclusiones, los prejuicios… incluyendo seguramente
discriminaciones materiales como no quererle alquilar un piso, contratarlo para un trabajo... SE TRANSFORMAN RADICALMENTE.
Por
tanto, estoy totalmente de acuerdo con que “Quedar al margen del grueso de las
relaciones sociales, de los debates culturales y del apoyo institucional –del
reconocimiento, en definitiva- es una dimensión básica de la exclusión. Y ésta,
a su vez, se traduce en empobrecimiento de la capacidad de actuar, de “ser” y
no meramente de “estar”.” Efectivamente eso lleva directamente a evitar el
empoderamiento efectivo y libre de la gente, e incluso a perpetuarlo de manera
culpable (incluso por ellos mismos –Kant-). Perpetuar su desempoderamiento, su "servidumbre”
mental, cultural, espiritual, como agentes humanos libres.
Queda amenazada y vulnerada la dignidad humana cuando no hay pleno reconocimiento efectivo (lo cual comporta también lo jurídico-formal, lo económico, lo social, lo político, lo cultural, lo racial, lo religioso...) de uno mismo consigo mismo, pero también recíprocamente de y con los demás (incluyendo las instituciones –la “sociedad decente” de Avishai Margalit).
Queda amenazada y vulnerada la dignidad humana cuando no hay pleno reconocimiento efectivo (lo cual comporta también lo jurídico-formal, lo económico, lo social, lo político, lo cultural, lo racial, lo religioso...) de uno mismo consigo mismo, pero también recíprocamente de y con los demás (incluyendo las instituciones –la “sociedad decente” de Avishai Margalit).
2 comments:
Hola de nuevo, Gonçal,
Además de agradecerte los comentarios que me dedicas en este post, quiero manifestarte mi enhorabuena por tus explicaciones, con las que me identifico plenamente. Particularmente relevante me parece tu lúcido análisis sobre cómo “la perpetuación de la pobreza, exclusión, subordinación, minorización, clientelismo, caciquismo… puede hacerse con aparentes políticas redistributivas… pero con un reconocimiento tramposo, no equilibrado, no recíproco”. En efecto, el siglo XX –y también que llevamos del XXI- es rico en ejemplos de cómo las apelaciones a la lucha contra la pobreza o a la igualdad han servido no para fomentar la emancipación y la libertad, sino todo lo contario, es decir, para apuntalar sistemas poco –o nada- democráticos basados en redes clientelares. Y, paralelamente, también abundan los ejemplos en los que la apelación a la libertad es utilizada como pretexto para negar a segmentos importantes de la población no sólo el mínimo vital –comida, sanidad, educación…- indispensable para vivir en sociedad sino también, y muy especialmente, la dignidad, el espeto y el reconocimiento sin los cuales no existe –ni puede existir- auténtica libertad.
Con el agravante de que, en ambos casos, sucede con frecuencia que acabamos interiorizando el rol de sujetos pasivos que el poder nos asigna. Así, y a cambio de recibir algunas dádivas materiales o de gozar de una libertad únicamente entendida como capacidad para escoger entre varios opciones preestablecidas –sean éstas bienes de consumo, servicios o partidos políticos, -acdeptamos plenamente la pérdida de autonomía, de responsabilidad y de participación activa en la vida social. Con lo cual se cierra el círculo que perpetúa la desigualdad y la pérdida de libertad, convirtiéndonos en sus víctimas y corresponsables.
Frente a ello, creo que, además de los autores que ambos hemos comentado, vale la pena recuperar el legado de la Escuela de Frankfurt, en especial la noción de “razón comunicativa” de Habermas, con su énfasis en el reconocimiento intersubjetivo en condiciones de igualdad como requisito indispensable para superar la tendencia a la “cosificación”(Lukács) inherente a la modernidad basada en la razón instrumental, una cosificación que nos reduce a la condición de meras piezas –“cosas”- de un engranaje económico, político y administrativo que, lejos de servir a nuestros intereses y necesidades, se sirve de ellos para perpetuar y acentuar su poder y control. Pero no menos importantes me parecen las aportaciones de Honneth: su teoría del “reconocimiento recíproco” supone ir más allá de la interpretación tradicional de los conflictos como mera autoconservación y lucha por los recursos: para él, las luchas por el reconocimiento –en su triple dimensión individual, social y moral- son el auténtico eje de las luchas sociales y de la dignidad humana.
Estos, entre otros autores, nos ayudan a entender que, dada nuestra condición de seres sociales, la autorrealización personal sólo puede ser efectiva en un marco de reconocimiento e igualdad que abarque a todos sin excepción y que, recíprocamente, estos últimos tienen como condición de posibilidad el respeto a la inalienable libertad del sujeto para forjar su propio camino. De lo cual se desprende que, como acertadamente expones, “Queda amenazada y vulnerada la dignidad humana cuando no hay pleno reconocimiento efectivo (lo cual comporta también lo jurídico-formal, lo económico, lo social, lo político, lo cultural, lo racial, lo religioso...) de uno mismo consigo mismo, pero también recíprocamente”.
Superinteresante como siempre tu comentario, Lluís. Me ha impulsado a escribir el post: SERVIDUMBRE VOLUNTARIA http://goncalmayossolsona.blogspot.com.es/2015/08/servidumbre-voluntaria.html#more
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