Por eso, se niegan a trivializar, suavizar o disimular el traumata; muy al contrario se esfuerzan por visibilizarlo en todo momento, en mantener viva e incontrolada su fuerza escandalizadora. ¡Pues allí estriba y brota el impulso de la filosofía!
Tanto el existir como el pensar se mantienen más vivos, complejos, auténticos, poderosos e -incluso- más provocadores, más lúcidos, más críticos, más iconoclastas, más desestabilizadores, más anárquicos, más destructores e inquietantes. ¡De aquí brota el atrevimiento del quinismo! Pone y mantiene en primer plano el traumático origen del filosofar, que así se obliga a un pensamiento siempre abierto y nunca concluso.
De esa manera, la filosofía cumple su promesa originaria de jamás encerrarse en la comodidad ni en la seguridad, por muy orgullosa que esté de haberlas conquistado. A diferència, de muchas ciencias, disciplinas y saberes, la filosofía prometió enfrentarse permanentemente a lo todavía impensado, a lo no suficientemente reconocido, al vacío que queda, al más allá de lo colonizado, al absurdo y al abismo transfronterizos (Heidegger).
Pues el quinismo busca sobre todo
el acto, el efecto, el impacto, el dinamismo y la creación mediante la
provocación destructiva que surge del traumata. Por eso desconfía
de la doctrina y los resultados que se apartan o se ponen en el lugar
de los problemas y las cuestiones. Sabe de los costes existenciales,
personales y colectivos que comporta permanecer fielmente cerca
del traumata, pues no es fácil ni tampoco agradable pero sí
necesario y filosóficamente imprescindible.
Por tanto, consciente de ese
destino, el quinismo aviva el fuego de la filosofía: el traumata. Lo
usa como arma arrojadiza no sólo frente a los que se han rendido a la
pereza o a la gloria, sinó también en contra de sí mismos (como
un bumerang) precisamente para no ceder ni a la comodidad ni a la
autoglorificación. Así se obligan a transformar la pròpia
vida de acuerdo con el traumata, sin olvidarlo tras algún
presunto principio, fundamento o certesa.
Los quinismos evitan construir
doctrinas ad hoc a partir de las cuales ‘diferir’ (Derrida) lo todavía
impensado e impensable. Por eso insisten en no querer curar el traumata,
sino mantenerlo activo, vigente, como el pharmakon griego
clásico que siempre mezclaba remedio y veneno, causa y cura de la enfermedad.
Como insistía Diógenes de
Sinope en su práctica filosófica, el traumata debe
ser excitado y usado para irritar y movilizar las gentes. Incluso,
hay que evitar en todo momento desviar su impacto hacia abstracciones o
intelectualizaciones -que al afectar a todos, no afectan a nadie- para en
cambio reconducirlo a lo concreto, a lo personal, incluso a lo corporal,
para hacer que la gente se sonroje avergonzada. Pues lo más personal y corporal
actúa de sensorium vital donde se expresa la pròpia y circunstancial verdad, y
donde -por lo tanto- actúan los poderosos afectos (Spinoza y Deleuze)
que consiguen a transformar la vida y al ser propio.
Así como Diógenes se exclamaba ante
los palos que -se dice- le propinaba Antístenes, la 'secta del
perro' no rehuye los palos que propina el traumata filosófico, mientras
y en tanto tenga algo que aprender de él, mientras gracias a él se sienta
capaz de autotransformarse. Masoquista o sabia y radicalmente, la filosofía
quínica se recrea y actualiza en y a través del trauma.
Pues, es muy consciente de
que no hay acontecimiento, decisión ni acción (tampoco doctrina,
fundamento o iluminación) fuera del traumata; de la
alegría y del dolor del trauma. Por eso, el gesto quínico es radicalmente
filosófico pues es inseparable del traumata que origina toda
filosofía y se convierte en el acto más radical de parresía (Foucault)
posible, pues es el gesto más franco, terrible, inequívoco y radical para todos
pero también para con uno mismo.
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