No se sabe a ciencia cierta porque
los cínicos clásicos se identificaban con los perros. Quizás fue porque el
perro vive una vida más sobria, pobre y en la intemperie que su compañero
humano, pero siempre lo sirve con la fidelidad más profunda y sincera, que es
como los cínicos se veían a sí mismoS en relación con la polis e incluso entre sus
otras muchas sectas.
También fue quizás -y creo que la idea complementa muy adecuadamente la anterior-: porque esa fidelidad perruna, muy apegada a la realidad material, al vivir en y desde abajo, y preocupada por la vida buena que debería seguir el compañero humano (o los ciudadanos de la polis y sus múltiples sectas), obliga a que el ‘perro’ se mantenga vigilante; olfato, oidos y ojos atentos e, incluso, que ‘muerda’ lo que haga falta para que nadie se duerma, caiga en la complacencia y la casa común sea robada.
Nadie debe estar tranquilo, ya sea el siempre despierto y astuto ladrón, ya sea el ‘amo’ que muchas veces se ha dormido o endiosado, que se deja llevar o cree que lo controla todo y que en realidad, poco a poco, pero inexorablemente, se está convirtiendo en esclavo. Todos necesitamos un amigo perro para que nos vigile y nos ayude a vigilarnos a nosotros mismos.
También la filosofía precisa siempre de una fiel tradición antitradicional. Ello no quiere decir ‘antifilosófica’ sino -al contrario- especialmente filosófica y apegada al traumata. Va desde el 'perro' Diógenes de Sinope que buscaba con una lámpara un 'hombre', hasta el 'loco' que también con una 'lámpara encendida' buscaba Dios -según Nietzsche- y, ante las risas estúpidas de la gente, terminaba concluyendo 'le hemos matado; vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos'. Y luego anunciaba el largo y muy dificultoso proceso de aprender a vivir en un mundo sin Dios.
La filosofía y la vida solo se mantienen vigentes en la proximidad con el traumata que es padre de todo amor al saber y al existir... plena y consecuentemente. Pues recordemos que el amor es hijo de la necesidad torturante por lo amado y el escalofriante no poder
vivir sin lo amado, pero también del bolcarse abundantemente sobre él y de las
ganas de gozar infinitamente de él.
Queremos y necesitamos de un amor ¡y una filosofía! perro fiel -¡y precisamente por eso!- mordedor.
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