Gonçal Mayos PUBLICATIONS

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Sep 8, 2023

TURBOHUMANOS: reseñas, podcast, vídeos

Turbohumanos es un viaje reflexivo y lleno de sugerencias hacia el cambio acelerado y la incertidumbre a través de la mano y la pluma de Gonçal Mayos. 

Pues en el libro "Turbohumanos", su autor nos brinda una exploración profunda y evocadora sobre los desafíos y contradicciones de la vida contemporánea en un mundo en constante transformación. Más allá de las palabras de Zygmunt Bauman y del inquietante espíritu de la modernidad líquida, Mayos invita a los lectores a reflexionar sobre los conceptos de destino, sentido y obsolescencia en un entorno en el que la permanencia parece desvanecerse.

Con una prosa hábil y reflexiva, Mayos teje ideas y fragmentos filosóficos para abordar la aceleración del cambio y la fugacidad de las experiencias en la era actual. Cita las palabras premonitorias de Paul Valéry: "Ya no toleramos nada que dure", que resuenan poderosamente en la sociedad actual, donde la interrupción y la incoherencia son la norma, y la sorpresa se convierte en una necesidad imperante.

El concepto de "turbohumanos", acuñado por Mayos, se establece como un término para describir a aquellos que se enfrentan a la velocidad abrumadora del progreso tecnológico y social. Esos individuos, que anhelan experimentar verdaderamente y adaptarse a un mundo en constante cambio, encuentran su capacidad para asumir retos constantemente socavada por la intensidad del ritmo moderno. Las preocupaciones como el estrés, el agotamiento y el síndrome de burnout se entrelazan con la sensación de obsolescencia y la lucha por encontrar un sentido en medio de la vorágine.

Frente a todas las dificultades, Mayos explora la noción de un sentido en un mundo en el que todo parece carecer de destino fijo. Es apasionante el contraste que evidencia entre el pasado, donde la vida era destino pero se tenía la satisfacción de realizarlo, y el presente, donde la búsqueda de un destino o, incluso, de un proyecto personal chocan con imposibilidades crecientes. La obra profundiza en cómo el cambio vertiginoso de la historia choca con la idea de una vida anclada en un sentido duradero.

A través de imágenes poéticas y reflexiones filosóficas, Gonçal Mayos crea un mosaico de pensamientos que coinciden en explorar la condición humana en un entorno de incertidumbre. A la búsqueda de un camino, una comunidad, un destino... Realizar un proyecto personal, vivir auténticamente sin traicionar los deseos, experimentar lúcidamente los contornos sociales y existenciales... 

El paradigma del "turbohumano" es un llamado a enfrentar la realidad del presente, donde la existencia está moldeada por torrentes que caen sin cesar, erosionando y destruyendo las bases sobre las que solía construirse. ¿Se puede nadar en contra de la irresistible corriente? Se pueden evitar los continuos escollos?

Con "Turbohumanos", Gonçal Mayos nos invita a cuestionar -pero también a reforzar- nuestro papel en esta era de cambio acelerado. El libro trasciende las meras palabras y nos sumerge en una profunda reflexión sobre la naturaleza misma de la existencia en un mundo en el que el tiempo fluye como un torrente impetuoso. Donde paradójicamente no hay tiempo para vivir todo el tiempo... y sentirse vencedor.

Sus páginas... sus reflexiones... sus angustias... sus retos... desafían al lector a explorar la esencia y tragedia de ser humano en un entorno donde la quietud es cada vez más efímera y donde el sentido parece desvanecerse ante la imposibilidad de encontrar destino en un mar en constante cambio... I que incluso parece acercarse, embravecido, a las inmensas cataratas que se proyectaban en el vacío cuando el mundo se imaginaba plano

El reto es descubrir el tipo de turbohumano que cada uno es: ¿Añorando la calma que permitía paladear y serpentear el lento camino de la vida? ¿Reintentando la comunidad arcádica o la comuna revolucionaria? ¿Queriendo revivir el destino trágico pero memorable y con sentido? ¿Edificando el propio proyecto personal en lucha igualada con un mundo que conquistar? ¿Perdiéndose en los verdaderos sueños que uno mismo crea con la materia de los deseos? ¿Sintiéndose un antihéroe cansado pero lúcido y quizás no totalmente derrotado? ¿Abrazando el timón de un barquichuelo marinero? Mayos se pierde y encuentra un poco en todos ellos.

¿Trabajando duro o durando en el trabajo? En este episodio ponemos en duda el cansancio sistemático que surge a partir de la autoexplotación de la contemporaneidad, de subjetivaciones ansiosas, insatisfacibles y por tanto abocadas a la autoexplotación hasta autoinmolarse como luciérnagas que quieren 'tocar' la luz y se queman en su hybris por acercarse al Sol como Ícaro

Los turbohumanos se esclavizan a sociedades del más, de lo máximo, del absoluto convertido en diversión, consumo, distracción y espectáculo... ¡infinitos! Por eso, los tubohumanos están insertos, no pueden salir y viven escindidos entre las actitudes antagónicas ejemplificadas por dos grandes mitos, que vale la pena contraponer brevemente: 

- Fausto, el esforzado y ambicioso doctor, que harto del cansancio interminable de acumular saber tas saber, pero sin encontrar La Verdad, 'vende su alma' a Mefistófeles a cambio que éste le ofrezca un atajo hacia la satisfacción infinita del 'instante perfecto' que merece que uno desee eternizarlo

- Bartleby, el reticente, insobornable, perezoso, díscolo y -sobre todo- invulnerable a la seducción del dinero, del más, de la tentación capitalista (recordemos que Melville lo situa como un escribiente en Wall Strett). A diferencia de Fausto, Bartleby aprende el no querer budista, el no ceder al deseo esclavizador cuya dialéctica denuncia Schopenhauer y cumple -en el templo máximo de la bolsa de New York- la consigna de la Internacional Situacionista de Debord: 'Ne travaillez jamais'. Así Bartleby ejecuta en clave antiheroica y prácticamente suicida el 'non serviam' de los 'ángeles caídos' de El Paraiso Perdido de John Milton.

Los turbohumanos están mucho más cerca de la seducción experimentada por Fausto 'y tantos "escribidores" desde Marlowe a Klaus Mann, pasando por Goethe y todos los románticos. Aparentemente son ajenos a la actitud de Bartleby pero -al menos secretamente- sienten una profunda seducción por el reto que plantea el lánguido y nada pretensioso 'prefiero no hacerlo'. ¡Cómo sin duda lo sintió Melville! Hablamos de ello en el podcast.


Noticia y reseña de Tubohumanos en la Revista Culturamas

Reseña del editor y humanista José Luis Trullo sobre Turbohumanos, en la Revista Entreletras

BALANCE DE LA DEVASTACIÓN

En Turbohumanos, el nuevo libro del profesor y filósofo Gonçal Mayos, se diseccionan, a modo de balance, algunos de los males que aquejan a las sociedades opulentas (que él llama posfordistas, neoliberales o turbocapitalistas). Su diagnóstico no puede ser más pesimista. Escribe Mayos: “Actualmente la vida y los cambios sociales corren como un torrente heracliteano sin permanencia. No hay propiamente cauce pues la erosión es tan enorme que éste se autodestruye deviniendo barranco en un instante”. Esta situación ya la describió en 1987 el pensador francés Gilles Lipovetsky en su libro El imperio de lo efímero, si bien desde entonces podemos afirmar que la situación no ha hecho más que agravarse. Para plasmar gráficamente dicha situación, Zygmunt Baumann acuñó el concepto de sociedad “líquida” en la cual “todo lo sólido se desvanece en el aire” (según el título del libro de Marshall Bellman, quien rescataba una conocido expresión marxiana).

Al hilo de los análisis de Mayos, podríamos decir que se ha producido la generalización del paradigma del cambio por el cambio, propio de la Modernidad, a todos los ámbitos de la vida social y personal, lo que Mayos llama la destrucción creativa: 

- laboral, con la práctica desaparición del concepto de “oficio”. Tal y como describió Richard Sennett en La corrosión del carácter, el hombre de la posmodernidad ya no se reconoce en lo que hace, pues tiene que hacer cosas nuevas continuamente, y de manera siempre diferente, y en consecuencia deja de creer en su capacidad para transformar el entorno y para transformarse a sí mismo; se suceden los empleos sin especialización o se cambia de puesto en función de imperativos externos, lo cual impide desplegar las propias capacidades de un modo duradero. 

- familiar: la institución más longeva del mundo, más incluso que el propio Estado, está siendo impugnada como marco regulador de la crianza de los hijos y del cuidado de los ancianos, arrojando al individuo a un mundo desolado, sin vínculos firmes, lo cual incrementa su sensación de navegar en un océano desprovisto de asideros; esto le empuja a apegarse a instancias colectivas adventicias (ideologías, tribus urbanas) o bien a parámetros “naturales” (raza, sexo, origen) que, lejos de permitirle pergeñar y preservar su identidad personal, le sustraen autonomía al subsumirle a categorías externas, atávicas, cuando no directamente represivas. 


- sentimental y sexual: a estas alturas ya resulta innegable que la sucesión de parejas con las cuales el vínculo ya no es vitalicio, se diluye la firmeza de los compromisos personales, de modo que no sorprende que el “amor” antaño reservado a otros seres humanos acabe desviándose hacia las mascotas, cuando no a los objetos o al culto a la propia imagen (narcisismo, sologamia). 

De este modo, la ligereza, cuando no la banalidad, se instauran como un modo de habitar el mundo “leve”, sin profundidad, obedeciendo al lema del rock: “vive rápido, muere joven y deja un cadáver bonito”, si bien en ocasiones se revista de cierto carismo clásico (“carpe diem”) o incluso oriental (“fluye”). Sin embargo, más que rockera –lo cual implica cierta aspereza vital– la nuestra más bien es una sociedad “pop”: todo se nos ofrece para consumo fácil a cambio de casi nada, y durante poco tiempo, con lo cual la satisfacción resulta irrelevante y sin impacto real en nuestras vidas. El consumismo se muestra así como una especie de bulimia de índole casi patológica que ingiere recursos sin saber muy bien para qué. 

El turismo sería el epítome de esta frivolización del tiempo, el espacio y el sentido; uno puede plantarse en cualquier punto del planeta en pocas horas, relativizando así la densidad de la experiencia del viajar hasta convertirse en una distracción sin significado existencial, alejada de aquella vivencia iniciática que en otras épocas supuso el viaje para quien se lo podía permitir. 

En suma, como advierte Mayos, “este acelerado transcurrir amenaza con deshumanizar a los turbohumanos”. (La cursiva es mía). Interesa aquí destacar el escándalo con que el autor consigna la degradación psicológica, moral y social que acarrean las inercias que padece el mundo actual. Mayos apela continuamente a una serie de instancias antropológicas “fuertes”, clásicas incluso, abolidas las cuales el ser humano se vería abocado a la indigencia de una “existencia inauténtica”, por utilizar las palabras de Heidegger en Ser y tiempo y que se hacen eco de otras expresiones, como la marxista de alienación. Afirma Mayos, al aludir a tiempos pasados: 

Entonces la vida era destino y —si bien la gente estaba cruelmente sometida a este— tenía la profunda satisfacción de realizarlo. Aún era posible encarnar el propio destino y cumplir con el sentido que uno sentía realizarse en él. [...] Hoy en cambio, el único sentido parece ser la imposibilidad de todo destino, de toda destinación, de toda meta, de todo fin, de cualquier final. 

Parece añorar Mayos otra forma de vida, un tanto mítica e idealizada (in illo tempore), donde la dureza de las condiciones materiales a las que se veía sometida la existencia no impedía, más bien al contrario, hallar un sentido a la misma. Esta palmaria muerte de la teleología –ya pocos creen en la existencia de un destino personal sino, a lo sumo, en la sucesión de episodios deslavazados sin un puerto final– conduce al sujeto huérfano de referencias y de orientación a una espantosa deriva hacia ninguna parte, limitándose a coleccionar vivencias hueras de trascendencia en un marco de referencias inexistente o, en el mejor de los casos, provisional y efímero. 

Este aspecto me parece clave: el hombre del siglo XXI, despojado de cualquier perspectiva de sentido, de cualquier trascendencia que avizore un horizonte más allá de la inmediatez de los estímulos que halagan sus instintos primarios, deja de ser plenamente humano para degradarse al mismo nivel que sus “hermanos animales”. No es extraño, pues, que en este contexto de deshumanización de la humanidad, no sean pocos los que, ante la disyuntiva, prefieran rodearse de perros o gatos antes que procrear o mantener vínculos afectivos con otros humanos. 

Me gustaría poner de relieve que esta situación no es en absoluto fruto de una imprevista torsión de los tiempos, sino la consecuencia “fatal” de la Modernidad como proyecto de transformación de la relación del hombre consigo mismo y con el mundo.  Mayos lo afirma claramente al hablar de “el impacto disolvente de la modernización industrial sobre los equilibrios sociales, psicológicos, culturales y políticos”. La tradición moderna (y no es un oxímoron) se basa explícita y activamente en la dialéctica con el pasado, al que se atribuyen todos los males y al cual hay que desbordar por tierra, mar y aire: lo mejor siempre está por venir, y no al modo clásico de un Edén paradisíaco posterior a la muerte, sino compulsivamente; abolida para siempre la ilusión del advenimiento de la utopía marxista –trasunto poco disimulado de la restauración del Reino en la tierra que postulaba el Antiguo Testamento–, el sujeto posmoderno sigue esperando, aunque ya sepa que nada de lo que le suceda colmará su sed infinita, tantálica. Los mismos principios que pusieron en marcha el vasto proceso de disolución de las grandes instancias de la humanidad (la naturaleza, Dios, el propio hombre como intermediario entre una y otro) son los que han acabado por devorar a la propia Modernidad, de manera que nos encontraríamos ante la desembocadura natural de una lógica perversa emprendida por ella misma. 

En este contexto, el capitalismo, lejos de constituirse en el motor de la máquina devoradora (como se defiende desde determinadas instancias, y parece postular el propio autor), sería el equivalente a las ruedas del vehículo; de hecho, en el siglo XXI es la China comunista el principal agente de la turbohumanidad, embarcado el país como lo está en una escalada galopante de producción planetaria. Yo no soy materialista, y en consecuencia no acepto que sean los modos y medios de producción los que determinan la conciencia, sino en todo caso es esta la que toma y deja lo que aquellos le proporcionan. 

¿Cuál es la propuesta de Mayos para “superar el sentimiento de desespero y abandono” en el que se encuentran las poblaciones de las sociedades opulentas? No queda muy claro. Aunque apela a ciertas disposiciones subjetivas (“el desapego, la distancia crítica, la serenidad e –incluso– la indiferencia”), más bien hay que deducir de sus denuncias que se mantiene fiel a una concepción clásica de la existencia humana, para la cual ciertas referencias –sentido, proyecto vital, comunidad, vínculo, pertenencia– son insoslayables. 

Si algo queda claro, tras la lectura de Turbohumanos, es que somos muchos los que, ante la deriva en la que se hayan embarcadas, insisto, las sociedades opulentas, es preciso poner pie en pared, desandar lo andado y volver a la encrucijada ante la cual, en lugar de tomar el camino correcto, nos inclinamos por el equivocado. 



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