Gonçal Mayos PUBLICATIONS

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Jan 5, 2025

DESCONSTRUCCIÓN DE 'MELANCOLÍA I' DE DURERO

 

Consideramos el grabado más famoso de Durero como un verdadero e impresionante poesofema, cuya deconstrucción creativa sintetizamos brevemente. Así, proponemos una interpretación que es del todo compatible con la descripción más precisa posible del grabado.

Destacamos la fuerza de la mirada del arcángel que indica malestar, insatisfacción, descontento, rebelión e incluso añoranza por la situación de pasividad e impasse que preside en el resto de elementos del grabado. Muy al contrario, cuando se mira a los ojos del arcángel en primer plano, se percibe que éste puede activarse en cualquier momento.


Pensamos que en los humanos la melancolía es un estado de ánimo que -ciertamente- suele bloquear la acción y abstraer del contexto inmediato, pero lo hace a cambio de proyectar el pensamiento hacia reflexiones abstractas, estados de ánimo ensimismados o recuerdos más o menos lejanos. Por eso, aunque la melancolía suele asociarse a una cierta tristeza y a carácteres reflexivos, consideramos que estos pueden ser -en otras circunstancias- muy activos e -incluso- alegres.

Por tanto, la melancolía es un estado de ánimo más bien temporal que no permanente. Es una tendencia que el melancólico suele manifestar de forma reiterada o recurrente pero que no se manifiesta necesariamente de forma permanente y sin alternativa. Puesto no hay que confundir al melancólico con el rendido, el abandonado, el completamente derrotado o el eternamente deprimido, los cuales en todo caso serían el grado extremo y ya definitivo de la melancolía.

Consideramos, pues, que los ojos radiantes del arcángel de Durero muestran la creatividad de la melancolía que -para el genio, el artista y el creador- puede ser el momento idóneo para llevar a cabo una auténtica tormenta de ideas, facilitando que en cualquier momento el pensador pueda romper la calma y pasividad del mundo. El padre de la medicina, Hipócrates, asoció la melancolía al humor saturniano, a la bilis negra y a la tendencia recurrente hacia la meditación filosófica y a un cierto abandono del mundo. Pero, como sugiere el grabado y poesofema de Durero, el melancólico que no se ha rendido siempre aspira a retornar al mundo, a cambiarlo y -cuando lo intenta- puede mostrarse muy activo e incluso lleno de entusiasmo.

Por eso, todos los revolucionarios han sido también melancólicos porque -para cambiar el mundo- hay que retirarse momentáneamente de él cuando se echa de menos un proyecto vital estimulante, cuando se lo ve tambalearse o cuando necesita ser renovado.

Sólo en el retiro melancólico, los humanos pueden verdaderamente retomar fuerzas, planificar racionalmente la estrategia, adquirir la mirada fulgurante del arcángel de Durero y emerger con fuerza para arrastrar a la gente y el mundo a una actividad más ilusionadora, eficaz y frenética.

Sólo entonces, el melancólico recupera la fuerza del espíritu, señala el camino como un cometa y moviliza a los querubines aburridos, a los galgos cansados ​​e incluso a los utensilios inertes, convirtiéndolos en armas revolucionarias en la transmutación de un mundo que así deja de estar paralizado y fosilizado.

Es por ello que el grabado presenta un escenario de atardecer, en claroscuro y bajo las últimas luces del día. Por eso los rayos del Sol llegan casi horizontalmente y por la izquierda enfocando el arcángel en primer plano y sentado en una especie de pequeño escalón. Deslumbran los pliegues iluminados de sus faldas, del brazo, del hombro y del ala izquierda en comparación con los muy oscurecidos de la derecha. Por eso cuesta ver también la cara del ángel, lo que tiene en su regazo y en la mano derecha. Ahora bien, gracias a ello, Durero consigue que fulguren eléxtricamente sus ojos, los cuales focalizan toda la fuerza del conjunto.

La luz rasante hace brillar también una esfera y las partes que toca de un perro tumbado, de un gran poliedro y de muchos utensilios dispersos por el suelo. Evidentemente esa luz da de lleno y destaca la campana, el reloj de arena y la balanza colgados en la pared de la torre en torno a la cual se reúne el primer plano de la escena. Ello incluye una escalera de madera,  junto a la cual hay una gran rueda de molino y sobre la que está sentado un querubín del que vemos brillar pequeñas partes de la izquierda de la frente, del antebrazo y de la pierna.

Lejos hay un magníficoa arco iris e, iluminadas desde detrás de la torre, destacan partes de un pueblecito marítimo, del mar y de unas montañas. Ya no con luz reflejada sino propia, brilla irradiando todo el cielo un cometa con su enorme cola. Por decisión del artista, también brillan claramente las alas desplegadas de un murciélago con el nombre del grabado 'Melencolia I'.

Toda la escena está extremadamente quieta, con el cielo y el mar absolutamente en calma. Ahora bien, la enorme presencia de un arco iris, incoloro por la creciente oscuridad del atardecer, indica que poco antes ha llovido y que, tal vez, ha habido tormenta. Pero en ahora mismo, la más absoluta pasividad preside las dos figuras angélicas comentadas, que están sentadas inmóviles e indiferentes a los muchos utensilios olvidados.

Pues todo alrededor de la torre muestra una gran quietud: la escalera apoyada, la balanza perfectamente equilibrada, el reloj de arena paralizado justo en medio de su vaciarse, la campana (¿de alarma?) absolutamente silenciosa y el cuadrado mágico de 4x4 números que siempre suman 34 en vertical, horizontal y diagonalmente. Son elementos todos ellos que sugieren la tranquilidad y el equilibrio perfecto que se produce cuando se impone la paz después de una tormenta y el mundo se toma un descanso de cualquier movimiento, desazón e -incluso- conflicto físico.

Ahora bien, el hecho de que el espacio esté lleno de objetos técnicos desperdigados desordenadamente en torno a los dos ángeles, como si hubieran sido usados ​​hasta que fueron abandonados con cierta despreocupación, pone de manifiesto que hubo un momento previo de mayor actividad. En el grabado podemos reconocer un compás, una piedra de molino, un horno de alimentación automática o athanor, un poliedro -Jaume Mayos ha demostrado que está en medio de ser exculpido a partir de un cubo de piedra- con un martillo en el suelo, una esfera, un cartabón, un par de pinzas, un ribote, una sierra de mano, una regla, tres llaves y una especie de jeringa.

Aunque en ambos ángeles no hay ningún movimiento sino sólo silencio, quietud y pasividad, tampoco se percibe en ellos relajamiento, paz, conformidad, ni adormecimiento, sino melancolía, cierto aburrimiento y otras tensiones espirituales. Eso es especialmente perceptible en la imponente figura del arcángel que -aún despreocupándose del libro y del compás que tiene en su mano derecha-, no parece dispuesto a utilizarlos ahora mismo, sino que más bien juega distraidamente con ellos, a pesar que los tiene cerca por haberlos usado poco antes.

Su expresión es taciturna, ensimismada pero también levanta una mirada viva donde relumbra el blanco de sus ojos muy abiertos. A diferencia del querubín, del perro, etc. muestra una tensión espiritual que indica que -en cualquier momento- podría levantarse repentinamente y romper la calma tensa que lo domina todo. El arcángel lleva un vestido lujoso, aterciopelado, que refleja fuertemente los rayos del Sol y -en su frente- luce una guirnalda que parece coronarlo como artista y genio. Puede ser una referencia al propio Durero ya que muestra coincidencias con algunos autorretratos -p.e. el pelo largo-, pero la oscuridad de la cara impide ir más en esta interpretación.

Como hemos dicho, tiene sobre el regazo un libro, un compás en la mano y un juego de llaves y una bolsa en el cinturón, pero no les presta atención porque -mientras apoya la mejilla en la mano- levanta la mirada añorando la inspiración que le coronó la girnalda pero que, de momento, le ha abandonado. También abstraídos en sí mismos, pero subordinándose, haciéndole compañía y esperándole para activarse están el querubín gordito -que aburrido juega distraído con una pequeña pizarra- y un galgo escuálido y envejecido que duerme acurrucado en el suelo.

Les rodean los utensilios y herramientas que insinúan anteriores momentos de intensa actividad técnica e intelectual, pero que ahora no despiertan ningún interés. Todo ello tiene que ver con la mirada hiriente del arcángel que domina la escena y parece molesto por la pasividad a que se ve condenado momentáneamente, seguramente porque la inspiración ha huido de él, no está, pero está aludida precisamente como carencia y ausencia. Creatividad ha desaparecido, la actividad ha cesado, se han abandonado los trabajos a medias, ya no se utilizan las herramientas e -incluso- no se les presta ninguna atención.

Pero quizás todo sea momentáneo pues la melancolía añora y busca la necesaria inspiración que lo revolucionará todo.



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