Pues, la melancolía no es siempre nostalgia añorada y entregada, sino que muchas veces es una reflexividad insatisfecha o un aburrimiento propenso a la creación. Es temporalmente pasiva en lo físico y quizás incluso en el entusiasmo, pero no necesarimente en el espíritu. La melancolía incita a la creatividad y la innovación en tanto que momento de ensoñación dentro del cual aparecen las grandes ideas disruptivas. Por eso el arcángel que preside el grabado de Durero está sentado aparentemente pasivo y distraído pero sus ojos centellean mirando un horizonte elevado que sólo él ve, su ceño está dolorosamente fruncido y su espíritu parece pronto a mobilizarse.
En los filósofos, la melancolía es un estado de ánimo que -ciertamente- suele interrumpir la acción y abstraer del contexto inmediato, pero lo hace a cambio de proyectar el pensamiento hacia reflexiones abstractas, estados de ánimo ensimismados y recuerdos quizás lejanos, pero también a conceptualizaciones disruptivas y a proyectos de futuro. Por eso, aunque la melancolía es propia de soñadores distraídos, reflexivos y con caracteres taciturnos, también es verdad que esos mismos -cuando han conseguido concretar sus anhelos- pueden revelarse muy activos, alegres e -incluso- apasionados en la prosecución de sus sueños. Así se muestra en su quietud en ancángel en primer plano.
El melancólico es distraido, pasivo y aburrido cuando todavía no consigue concretar sus sueños. Y por eso entonces anda perdido en sus ensoñaciones. Pero cuando aquellos devienen proyectos efectivos y afectivos suele perseguirlos más allá del arco íris y de la cola del cometa. Entonces el brillo de la mirada se contagia a su alma y el arcángel se levanta mobilizándolo todo de nuevo a su alrededor. Ya solo volverá a ser tópicamente meláncólico cuando el ánimo inspirado y el impulso creativo lamentablemente le vuelvan a abandonar. Pues quien ha conocido el genio, lo hecha mucho más profundamente en falta, cuando desaparece, que aquél que nunca lo ha sentido en sí.
Por tanto, la melancolía es un estado de ánimo más bien temporal
que no permanente. Es una tendencia que el melancólico suele manifestar de
forma reiterada o recurrente pero pocas veces permanentemente y sin alternativa. Pues no hay que confundir al melancólico con el
rendido, el abandonado, el completamente derrotado o el eternamente deprimido,
los cuales en todo caso serían el grado extremo y ya definitivo de la
melancolía.
Consideramos, pues, que los ojos radiantes del arcángel de
Durero muestran la creatividad de la melancolía que -para el genio, el artista
y el creador- puede ser el momento idóneo para llevar a cabo una auténtica
tormenta de ideas, facilitando que en cualquier momento el pensador pueda
romper la calma y pasividad del mundo. El padre de la medicina, Hipócrates,
asoció la melancolía al humor saturniano, a la bilis negra y a la tendencia
recurrente hacia la meditación filosófica y a un cierto abandono del mundo.
Pero, como sugiere el grabado y poesofema de Durero, el melancólico que no se
ha rendido siempre aspira a retornar al mundo, a cambiarlo y -cuando lo
intenta- puede mostrarse muy activo e incluso lleno de entusiasmo.
Por eso, todos los revolucionarios han sido también
melancólicos porque -para cambiar el mundo- hay que retirarse momentáneamente de
él cuando se echa de menos un proyecto vital estimulante, cuando se lo ve
tambalearse o cuando necesita ser renovado.
Sólo en el retiro melancólico, los humanos pueden
verdaderamente retomar fuerzas, planificar racionalmente la estrategia,
adquirir la mirada fulgurante del arcángel de Durero y emerger con fuerza para
arrastrar a la gente y el mundo a una actividad más ilusionadora, eficaz y
frenética.
Sólo entonces, el melancólico recupera la fuerza del
espíritu, señala el camino como un cometa y moviliza a los querubines
aburridos, a los galgos cansados e
incluso a los utensilios inertes, convirtiéndolos en
armas revolucionarias en la transmutación de un mundo
que -así- deja de estar paralizado, fosilizado y muerto.
Es por ello que el grabado presenta un escenario de atardecer, en claroscuro y bajo las últimas luces del día. Por eso los rayos del Sol llegan casi horizontalmente y por la izquierda enfocando el arcángel en primer plano y sentado en una especie de pequeño escalón. Deslumbran los pliegues iluminados de sus faldas, junto con las zonas izquierda del brazo, del hombro, de su ala, de sus ojos y de los nudillos donde reposa la cara, todo ello en fuerte contraste con las sombras que ocultan las zonas equivalentes en su derecha.
Por eso cuesta ver también la cara del ángel, lo que tiene en su regazo y en la mano derecha. Sin embargo y gracias a ello, Durero consigue que fulgure eléctricamente su mirada, haciendo que la fuerza en los ojos del arcángel nos permita entender que la inactividad es una circunstancia del presente pero no necesariamente del pasado inmediato o del futuro. Que es lo que anuncia el cometa e incluso el arco iris.
La luz rasante hace brillar también una esfera y las partes que
toca de un perro tumbado, de un gran poliedro y de muchos utensilios dispersos
por el suelo. Evidentemente esa luz da de lleno y destaca la campana, el reloj
de arena y la balanza colgados en la pared de la torre en torno a la cual se
reúne el primer plano de la escena. Ello incluye una escalera de madera, junto a la cual hay una gran rueda de molino y
sobre la que está sentado un querubín del que vemos brillar pequeñas partes de
la izquierda de la frente, del antebrazo y de la pierna.
Lejos hay un magnífico arco iris e, iluminadas desde detrás
de la torre, destacan partes de un pueblecito marítimo, del mar y de unas
montañas. Ya no con luz reflejada sino propia, brilla irradiando todo el cielo
un cometa con su enorme cola. Por decisión del artista, también lucen claramente las alas desplegadas de un murciélago con el nombre del grabado
'Melencolia I'.
Toda la escena está extremadamente quieta, con el cielo y el
mar absolutamente en calma. Ahora bien, la enorme presencia de un arco iris,
incoloro por la creciente oscuridad del atardecer, indica que poco antes ha
llovido y que, tal vez, ha habido tormenta. Pero ahora mismo, la más
absoluta pasividad preside las dos figuras angélicas comentadas, que están
sentadas inmóviles e indiferentes a los muchos utensilios desperdigados.
Pues todo alrededor de la torre muestra una gran quietud: la
escalera apoyada, la balanza perfectamente equilibrada, el reloj de arena
paralizado justo en medio de su vaciarse, la campana (¿de alarma?)
absolutamente silenciosa y el cuadrado mágico de 4x4 números que siempre suman
34 en vertical, horizontal y diagonalmente. Son elementos todos ellos que
sugieren la tranquilidad y el equilibrio perfecto que se produce cuando se
impone la paz después de una tormenta y el mundo se toma un descanso de
cualquier movimiento, desazón e -incluso- conflicto físico.
Ahora bien, el hecho de que el espacio esté lleno de objetos
técnicos desperdigados desordenadamente en torno a los dos ángeles, como si
hubieran sido usados hasta
que fueron abandonados con cierta despreocupación, pone
de manifiesto que hubo un momento previo de mayor actividad. En el grabado
podemos reconocer un compás, una piedra de molino, un horno de
alimentación automática o
athanor ¡que todavía está encendido!, un poliedro -Jaume Mayos ha demostrado que está en medio de ser
exculpido a partir de un cubo de piedra- con un martillo en el suelo, una
esfera, un cartabón, un par de pinzas, un ribote, una sierra de mano, una
regla, tres llaves y una especie de jeringa.
En ambos ángeles no hay movimiento sino más bien silencio y despreocupación, distraidos el uno jugando con la pequeña pizarra y el otro con el libro y el compás. No obstante, tampoco no hay en ellos paz, ni conformidad, ni adormecimiento, sino melancolía, en el querubin mezclada con cierto aburrimiento y 'ennui de vivre', mientras que el arcángel muestra una intensa y sorprendente determinación en la mirada.
Insistimos en la dualidad que lo domina, pues la expresión del arcángel es taciturna y ensimismada, pero también levanta
una mirada viva donde relumbra el blanco de sus ojos muy abiertos. A diferencia
del querubín, del perro, etc. muestra una gran tensión espiritual que indica que -en
cualquier momento- podría levantarse repentinamente y romper la calma tensa que
lo domina todo. El arcángel lleva un vestido lujoso, aterciopelado, que refleja
fuertemente los rayos del Sol y -en su frente- luce una guirnalda que parece
coronarlo como artista y genio. Puede ser una referencia al propio Durero ya
que muestra coincidencias con algunos autorretratos -p.e. el pelo largo-, pero
la oscuridad de la cara impide ir más allá en esta interpretación.
Como hemos dicho, tiene sobre el regazo un libro, un compás
en la mano y un juego de llaves y una bolsa en el cinturón, pero no les presta
atención porque -mientras apoya la mejilla en la mano- levanta la mirada
añorando la inspiración que le coronó la girnalda pero que, de momento, le ha
abandonado. También abstraídos en sí mismos, pero subordinándose, haciéndole
compañía y esperándole para activarse están el querubín gordito y el galgo escuálido y envejecido que
duerme acurrucado en el suelo.
Les rodean los utensilios y herramientas que insinúan anteriores momentos de intensa actividad técnica e intelectual, pero que ahora no despiertan ningún interés. Todo ello tiene que ver con la mirada hiriente del arcángel que domina la escena y parece molesto por la pasividad a que se ve condenado seguramente porque la inspiración ha huido de él. Pero es momentáneamente, porque todo en la escena alude a momentos más activos y creativos pero que ahora brillan -precisamente y como se dice- por su ausencia.
Pues la enorme cantidad de artefactos y erramientas, grabados además con un detallismo que los valoriza, muestra que su presencia no es accidental. Tampoco están llenos de polvo o telarañas, ni son restos de un pasado ignoto, muy al contrario: parece que han sido utilizados en tiempo reciente. ¡Incluso el pequeño horno brilla porque está encendido, en funcionamiento y arde!
Ciertamente, la escena muestra un parón en la actividad y en la creatividad, que sería la causa de la melancolía que el grabado de Durero describe genialmente. Pero evita presentarla nostálgicamente como algo polvoriento, definitivamente abandonado y perdido para siempre en el pasado. Más bien al contrario, todo permanece como se lo dejó poco tiempo antes y por tanto preparado para nuevos usos.
Si es verdad que ahora mismo la actividad ha cesado, que se han abandonado los trabajos a medias, que ya no se utilizan las herramientas e -incluso- que no se les presta atención; también lo es que la melancolía nace de la añoranza para con la inspiración y la actividad frenética ahora ausentes.
Y todo está centrado en la mirada refulgiente y hacia arriba del arcángel, pero también en el cometa con su larga cola e incluso en el inmenso arco iris. Ellos simbolizan y anticipan el retorno de la inspiración y de la actividad que -ahora tan solo están aludidas en ausencia y melancólicamente-, pero que -por eso mismo- proclaman un vacío estridente que debe ser necesariamente llenado.
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