Destacamos la fuerza de la mirada del arcángel que indica malestar, insatisfacción, descontento, rebelión e incluso añoranza por la situación de pasividad e impasse que preside en el resto de elementos del grabado. Muy al contrario, cuando se mira a los ojos del arcángel en primer plano, se percibe que éste puede activarse en cualquier momento.
Pensamos que en los humanos la melancolía es un estado
de ánimo que -ciertamente- suele bloquear la acción y abstraer del contexto
inmediato, pero lo hace a cambio de proyectar el pensamiento hacia reflexiones
abstractas, estados de ánimo ensimismados o recuerdos más o menos lejanos. Por
eso, aunque la melancolía suele asociarse a una cierta tristeza y a carácteres
reflexivos, consideramos que estos pueden ser -en otras circunstancias- muy
activos e -incluso- alegres.
Por tanto, la melancolía es un estado de ánimo más bien temporal
que no permanente. Es una tendencia que el melancólico suele manifestar de
forma reiterada o recurrente pero que no se manifiesta necesariamente de forma
permanente y sin alternativa. Puesto no hay que confundir al melancólico con el
rendido, el abandonado, el completamente derrotado o el eternamente deprimido,
los cuales en todo caso serían el grado extremo y ya definitivo de la
melancolía.
Consideramos, pues, que los ojos radiantes del arcángel de
Durero muestran la creatividad de la melancolía que -para el genio, el artista
y el creador- puede ser el momento idóneo para llevar a cabo una auténtica
tormenta de ideas, facilitando que en cualquier momento el pensador pueda
romper la calma y pasividad del mundo. El padre de la medicina, Hipócrates,
asoció la melancolía al humor saturniano, a la bilis negra y a la tendencia
recurrente hacia la meditación filosófica y a un cierto abandono del mundo.
Pero, como sugiere el grabado y poesofema de Durero, el melancólico que no se
ha rendido siempre aspira a retornar al mundo, a cambiarlo y -cuando lo
intenta- puede mostrarse muy activo e incluso lleno de entusiasmo.
Por eso, todos los revolucionarios han sido también
melancólicos porque -para cambiar el mundo- hay que retirarse momentáneamente de
él cuando se echa de menos un proyecto vital estimulante, cuando se lo ve
tambalearse o cuando necesita ser renovado.
Sólo en el retiro melancólico, los humanos pueden
verdaderamente retomar fuerzas, planificar racionalmente la estrategia,
adquirir la mirada fulgurante del arcángel de Durero y emerger con fuerza para
arrastrar a la gente y el mundo a una actividad más ilusionadora, eficaz y
frenética.
Sólo entonces, el melancólico recupera la fuerza del
espíritu, señala el camino como un cometa y moviliza a los querubines
aburridos, a los galgos cansados e
incluso a los utensilios inertes, convirtiéndolos en
armas revolucionarias en la transmutación de un mundo
que así deja de estar paralizado y fosilizado.
Es por ello que el grabado presenta un escenario de
atardecer, en claroscuro y bajo las últimas luces del día. Por eso los rayos
del Sol llegan casi horizontalmente y por la izquierda enfocando el arcángel en
primer plano y sentado en una especie de pequeño escalón. Deslumbran los
pliegues iluminados de sus faldas, del brazo, del hombro y del ala izquierda en
comparación con los muy oscurecidos de la derecha. Por eso cuesta ver también
la cara del ángel, lo que tiene en su regazo y en la mano derecha. Ahora bien,
gracias a ello, Durero consigue que fulguren eléxtricamente sus ojos, los
cuales focalizan toda la fuerza del conjunto.
La luz rasante hace brillar también una esfera y las partes que
toca de un perro tumbado, de un gran poliedro y de muchos utensilios dispersos
por el suelo. Evidentemente esa luz da de lleno y destaca la campana, el reloj
de arena y la balanza colgados en la pared de la torre en torno a la cual se
reúne el primer plano de la escena. Ello incluye una escalera de madera, junto a la cual hay una gran rueda de molino y
sobre la que está sentado un querubín del que vemos brillar pequeñas partes de
la izquierda de la frente, del antebrazo y de la pierna.
Lejos hay un magníficoa arco iris e, iluminadas desde detrás
de la torre, destacan partes de un pueblecito marítimo, del mar y de unas
montañas. Ya no con luz reflejada sino propia, brilla irradiando todo el cielo
un cometa con su enorme cola. Por decisión del artista, también brillan
claramente las alas desplegadas de un murciélago con el nombre del grabado
'Melencolia I'.
Toda la escena está extremadamente quieta, con el cielo y el
mar absolutamente en calma. Ahora bien, la enorme presencia de un arco iris,
incoloro por la creciente oscuridad del atardecer, indica que poco antes ha
llovido y que, tal vez, ha habido tormenta. Pero en ahora mismo, la más
absoluta pasividad preside las dos figuras angélicas comentadas, que están
sentadas inmóviles e indiferentes a los muchos utensilios olvidados.
Pues todo alrededor de la torre muestra una gran quietud: la
escalera apoyada, la balanza perfectamente equilibrada, el reloj de arena
paralizado justo en medio de su vaciarse, la campana (¿de alarma?)
absolutamente silenciosa y el cuadrado mágico de 4x4 números que siempre suman
34 en vertical, horizontal y diagonalmente. Son elementos todos ellos que
sugieren la tranquilidad y el equilibrio perfecto que se produce cuando se
impone la paz después de una tormenta y el mundo se toma un descanso de
cualquier movimiento, desazón e -incluso- conflicto físico.
Ahora bien, el hecho de que el espacio esté lleno de objetos
técnicos desperdigados desordenadamente en torno a los dos ángeles, como si
hubieran sido usados hasta
que fueron abandonados con cierta despreocupación, pone
de manifiesto que hubo un momento previo de mayor actividad. En el grabado
podemos reconocer un compás, una piedra de molino, un horno de
alimentación automática o
athanor, un poliedro -Jaume Mayos ha demostrado que está en medio de ser
exculpido a partir de un cubo de piedra- con un martillo en el suelo, una
esfera, un cartabón, un par de pinzas, un ribote, una sierra de mano, una
regla, tres llaves y una especie de jeringa.
Aunque en ambos ángeles no hay ningún movimiento sino sólo
silencio, quietud y pasividad, tampoco se percibe en ellos relajamiento, paz,
conformidad, ni adormecimiento, sino melancolía, cierto aburrimiento y otras
tensiones espirituales. Eso es especialmente perceptible en la imponente figura
del arcángel que -aún despreocupándose del libro y del compás que tiene en su
mano derecha-, no parece dispuesto a utilizarlos ahora mismo, sino que más bien
juega distraidamente con ellos, a pesar que los tiene cerca por haberlos usado
poco antes.
Su expresión es taciturna, ensimismada pero también levanta
una mirada viva donde relumbra el blanco de sus ojos muy abiertos. A diferencia
del querubín, del perro, etc. muestra una tensión espiritual que indica que -en
cualquier momento- podría levantarse repentinamente y romper la calma tensa que
lo domina todo. El arcángel lleva un vestido lujoso, aterciopelado, que refleja
fuertemente los rayos del Sol y -en su frente- luce una guirnalda que parece
coronarlo como artista y genio. Puede ser una referencia al propio Durero ya
que muestra coincidencias con algunos autorretratos -p.e. el pelo largo-, pero
la oscuridad de la cara impide ir más en esta interpretación.
Como hemos dicho, tiene sobre el regazo un libro, un compás
en la mano y un juego de llaves y una bolsa en el cinturón, pero no les presta
atención porque -mientras apoya la mejilla en la mano- levanta la mirada
añorando la inspiración que le coronó la girnalda pero que, de momento, le ha
abandonado. También abstraídos en sí mismos, pero subordinándose, haciéndole
compañía y esperándole para activarse están el querubín gordito -que aburrido
juega distraído con una pequeña pizarra- y un galgo escuálido y envejecido que
duerme acurrucado en el suelo.
Les rodean los utensilios y herramientas que insinúan
anteriores momentos de intensa actividad técnica e intelectual, pero que ahora
no despiertan ningún interés. Todo ello tiene que ver con la mirada hiriente del
arcángel que domina la escena y parece molesto por la pasividad a que se ve
condenado momentáneamente, seguramente porque la inspiración ha huido de él, no
está, pero está aludida precisamente como carencia y ausencia. Creatividad ha
desaparecido, la actividad ha cesado, se han abandonado los trabajos a medias,
ya no se utilizan las herramientas e -incluso- no se les presta ninguna
atención.
Pero quizás todo sea momentáneo pues la melancolía añora y
busca la necesaria inspiración que lo revolucionará todo.
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