Finalmente, la revolución científica y luego el capitalismo industrial han convertido la cultura, las escuelas y universidades en saberes fríamente cognitivos e instrumentales.[1] Les han otorgado un carácter básicamente pragmático, poiético, productivo o tecnológico. Han priorizado las habilidades, capacidades y actitudes a través de las cuales los individuos compiten entre sí para conseguir contratos laborales y profesionales, para venderse en el mercado de las ideas y las innovaciones, para conseguir la mejor posición personal dentro de la fería de las aplicaciones técnicas y del consumo.
Ciertamente, durante siglos, el tiempo humano estuvo profundamente escindido bajo la dicotomía trabajo y ocio. Por una parte, había el tiempo vendido asalariadamente y teorizado por Karl Marx; por otra parte, había el ‘tiempo libre’, pensado bajo el ideal de ‘dolce far niente’ o ‘del derecho a la pereza’ teorizado por el yerno cubano de Marx, Paul Lafargue.
En cambio, Byung-Chul Han ha llamado sociedad de la ‘autoexplotación’ y del ‘cansancio’[2] al neoliberalismo actual, pues en él la cultura, la formación, la filosofía y cada vez más el consumo, el turismo, la propia proyección en las redes sociales virtuales, etc. son considerados también como aspectos básicamente productivos. Hoy en día, la dicotomía tradicionalmente escindida entre trabajo y ocio, se ha vuelto indistinguible.
Unos muy parecidos esfuerzos productivos, disponibilidad a las necesidades del mercado y focalización para invertir en el propio capital humano presiden hoytanto el trabajo asalariado como las tres D en que según el sociólogo Joffre Dumazedier se dividía el ocio: descanso, diversión y desarrollo personal.[3] Pues actualmente ninguna de esas tres D continúan siendo verdadero ‘tiempo libre’, de ‘plena disposición personal’ o mero ‘ocio’. Se han convertido más bien en un mismo lapso temporal indistinguible, dedicado de forma esforzada y con disponibilidad permanente al mercado, para que cada uno de nosotros se constituya como ‘empresario de sí’ (Foucault), genereuna ‘marca personal’ reconocible y monetarizada, y maximice su ‘capital humano’ (según afirma el Premio Nobel Gary Becker).
Como vemos, en la actualidad casi todo el tiempo de vida se ha convertido en tiempo útil y productivo, en un lapso indistinguible de autoexplotación que amenaza llegar hasta el agotamiento personal o el burn out. Pues en la avanzada sociedad digital del conocimiento y de la información, todo —incluyendo la filosofía, el turismo, la cultura general o el tiempo dedicado a las redes sociales —se convierte en un tipo de inversión y de producción.
A diferencia de tiempos pasados, el destino no es una gobernanza destinada hacia el Estado ni hacia Dios, sino para que nos convirtamos cada uno de nosotros en una mercancía cognitiva, tematizada individualmente, espectacularizada y monetarizable.[4] Nos hemos convertido pues en mercancías intangibles, fantasmagóricas y cotizadas dentro de unos mercados cada vez más financiarizados y alejados de la ‘carnal’ ‘fuerza de trabajo’ que teorizó el marxismo.
Como cualquier otro intelectual y no solo las ‘profesiones liberales’ tradicionales —como la abocacía —, también los filósofos están obligados hoy a pensarse y proyectarse en tanto que ‘capital humano’ o ‘marca personal’. Por tanto, su productividad y material fuerza de trabajo adquiere también una naturaleza cognitiva, intangible, de valor de cambio e incluso de valor comunicativo, simbólico i de expectativas de consumo que hoy son muchas veces prioritarias, aunque no han sido todavía suficientemente pensadas.
En todo caso y es algo que contradice la inmaterialidad de los mercados actuales, hay que alimentar, reconstituir y mantener esforzadamente día a día tanto la tradicional fuerza ‘carnal’ de trabajo como los avatares tematizados, simbólicos, digitales y espectacularizados que hoy le hemos añadido.
Por
eso mismo, en la actualidad es muy importante recordar e insistir que no
siempre la productividad inmediata ni la rentabilidad personal han sido lo
único relevante de la cultura, la filosofía y la universidad. Tampoco era lo
único importante la capacitación para los intereses privados, es decir 1) el
instruirse para obtener el éxito profesional, prepararse para la obtención de
trabajo asalariado, 2) incorporar la formación exigida por las empresas, 3)
desarrollar en sí la creatividad que requiere la actual lucha incesante por la
innovación, 4) inscribir en los propios cuerpos y mentes los deseos de
autoexplotación, 5) impulsar la resiliencia necesaria para sobrevivir al
burnouty a la sociedad del cansancio...
[3] MAYOS, Gonçal. Oci: una genealogia macrofilosòfica. In: SALA, Teresa-M (coord.). Pensar i interpretar l'oci. Barcelona: Universitat de Barcelona, 2012. MAYOS, Gonçal; SALA, Teresa-M. Reflexió macrofilosòfica sobre la societat de l'oci, del consum, de l'espectacle i del coneixement. In: SALA, Teresa-M (coord.). Pensar i interpretar l'oci. Barcelona: Universitat de Barcelona, 2012.
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