¿Política
constituyente o policía constituida?
Como podemos ver, las dos dialécticas top-down y bottom-up del Estado moderno son complementarias. Gracias a ellas, es el principal Agente y Escenario de la política nacional e incluso internacional. Se ha convertido en la más poderosa institución capaz de liderar intensivamente la sociedad y, a la vez, definir extensiva o geopolíticamente sus límites, los cuales además suelen venir marcados por otros Estados-nación. Ello continúa siendo así, a pesar de la importante emergencia de poderosos fenómenos-inter que matizan el llamado mundo westphaliano, pero todavía sin transformarlo radicalmente (Sassen, 2010; Mayos, 2020 y 2016). Pues los Estados-nación continúan siendo los grandes agentes subyacentes a esos fenómenos-inter, como puede verse incluso en la Unión Europea.
Por
otra parte, no creemos que la siempre conflictiva e inestable democratización
del Estado, con creciente inclusión activa de la mayor parte de la población y reconocimiento
sus derechos, lo debilite necesariamente ni vaya en contra de su poder. Al
contrario, insistimos en que la potencia estatal aumenta con su capacidad para ‘nacionalizar’,
generar compromiso y fomentar la productividad cognitiva de la mayoría de la
población. En las sociedades avanzadas postfordistas, biopolíticas y
digitalizadas, es la calidad de la población más que su cantidad lo que define
el verdadero poder estatal, mucho más que el territorio e incluso de los
recursos que lamentablemente cada vez son más escasos. Creemos que esta es una de las conclusiones más
relevantes que podemos extraer de los libros de Acemoglu y Robinson (2019 y
2012), de Piketty (2019 y 2014) y de otros estudios rigurosos que podemos
calificar de ‘economía política neoinstitucional’.
Aunque
ni de lejos todos los Estados ni todas las grandes potencias se han configurado
internamente como una democracia de calidad, creemos que el hoy imprescindible
compromiso activo y pleno por parte de la población solo se consigue plenamente
con dosis significativas de democratización y reconocimiento (Mayos, 2023 y
2022). En última instancia, superan las tasas de movilización popular y
nacional que se consiguen con el mero control autoritario de las mentalidades.
Así
lo demuestran procesos recientes como el fracaso de la invasión de Putin de
Ucrania, a pesar de la indudable superioridad militar rusa, que además de
actitudes desmoralizadas o poco implicadas en la campaña militar y con
significativas cifras de jóvenes exiliados para evitar ser reclutados. En otro
orden de cosas, hacemos una lectura similar de la inflexión reciente en el
éxito inicial chino al responder a la pandemia COVID-19, con un importante
repunto de contagios y muertes, además de las rebeliones espontáneas más
importantes en décadas, que han obligado a cambiar a toda prisa la política
oficial ‘de COVID cero’.
Otra
cosa es que lo esfuerzos democratizadores e inclusivos en el interior de los
Estados no van acompañados de otros equivalentes en lo internacional o incluso
en la gobernanza inter y multinivel de por ejemplo la Unión Europea (la cual
muestra cada vez más unos déficits democráticos preocupantes). Si en cambio nos
referimos al funcionamiento de organismos como la ONU o la UNESCO, constamos
que las Organizaciones Mundiales de la Salud (OMS) y del Comercio (OMC) han
mostrado impotencias e ineficacias muy significativas para preparar la lucha en
contra del COVID (Mayos, 2023).
Quizás
aún más críticos podemos ser con instituciones de gobernanza mundial quizás aún
más estrictamente vinculadas al llamado Consenso De Washington como por ejemplo
el FMI o el Banco Mundial. Sin duda, actualmente, los principales límites tanto
en la modernización racional como en la democratización inclusiva, se
encuentran en la efectuación del derecho y en la gobernanza internacionales. Es
aquí donde todo parece indicar que no se ha mejorado mucho desde Kant o Hegel,
a pesar de la aparición de los muy interesantes fenómenos-inter ya mencionados.
También
el COVID ha confirmado la muy deficiente reacción de las potencias ante las graves
crisis económicas post2007, que se limitó a nacionalizar las pérdidas y
privatizar los beneficios en una durísima era de austeridad, que incrementa fuertemente
la conflictividad y las “políticas del desconcierto” (Mayos, 2022). Los nuevos
movimientos populistas, tanto de derechas como de izquierdas, coinciden en
desafiar el consenso estatal heredado reclamando políticas radicalmente
constituyentes y destituyentes, que mayoritariamente parecen llevar a derivas
autoritarias e iliberales.
Hoy
se experimenta en todas partes la necesidad indudable de superar la ‘política
en minúsculas y cortoplacista’ o la mera “policía administrativa’ (Mouffe, 2018
y 2007; Laclau, 2005), para poder abrir procesos constituyentes, hacer posible la
‘política con mayúsculas’ y ‘lo político’, y -en última instancia- empoderar el
Estado contemporáneo para que enfrente los retos disruptivos posteriores a la
‘era de la austeridad’ y al COVID.
Recordemos que Carl Schmitt (1998) vincula “lo político” al poder soberano de tomar las grandes decisiones “constituyentes-destituyentes” entre las cuales la principal es designar ¿quiénes configuran el “nosotros” y los “amigos” en oposición al “ellos” y a los “enemigos”? Para Schmitt y los muchos discípulos populistas que hoy tiene (aunque normalmente no lo manifiestan demasiado), lo político determina y modifica el antagonismo básico que estructura el Estado e incluso el ‘sentido común’ de la sociedad y, por tanto, tiene a la guerra como una tendencia y amenaza casi inevitable.
Por
eso hemos visto por ejemplo como Donald Trump (pero no solo él) designó como
gran enemigo americano a la China, se apartó de aliados tradicionales como la
Unión Europea o México, mientras que intentó un deslavazado pero claro intento
de incrementar la alianza con la Gran Bretaña de Johnson, el Israel de Netayahu,
quizás el Brasil de Bolsonaro e, incluso, en algún momento pareció querer
añadir sorprendentemente en esas ‘alianzas’ a Vladimir Putin.
A
pesar de su ideología más de izquierdas, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe
coinciden con la naturaleza agonista instituyente-destituyente de la política populista,
pero se esfuerzan por evitar el antagonismo irreconciliable y de guerra, en
favor de un agonismo que permita gestionar pacífica y democráticamente el
choque de intereses. Muy cerca se mueve Jacques Rancière (2011) que centra el
momento propiamente político en el conflicto constituyente en que “los
tradicionalmente sin parte” deciden politizarse e incorporarse al “re-parto”
político, abriendo pues un marco conflictivo que podríamos calificar de
revolucionario.
Esas
políticas populistas del desconcierto (Mayos, 2020 a y b, y 2018 b y c), tanto
de derechas como de izquierdas, chocan con la concepción tradicional de la
política que tiende a ser más formal, “profesional”, tecnocrática y
administrativa. Algunos autores como Jacques Rancière (2011) la definen a
través del término “policía” según el uso arcaico y más amplio que tenía en el
siglo XVIII, por ejemplo, en la Memoria para el arreglo de la
policía de los espectáculos y diversiones públicas que
elaboró entre 1786 y 1796 el ilustrado
asturiano Gaspar Melchor de Jovellanos.
“Policía”
en sentido amplio es pues toda aquella política que se inscribe estrictamente
en un marco legislativo-valorativo predeterminado y ya constituido (sea
recogido explícitamente en una constitución, sea meramente implícito) y, en
función del cual, se limita a reglamentar los distintos aspectos del estatus
quo vigente. La “policía” es un mero ‘poder constituido’ y no puede tener
ambiciones de ‘poder constituyente’ como tienen ‘lo político’ o la ‘alta
política’.
Esa
es la distinción conceptual que, en principio, limita toda “policía” a ser mera
gestión administrativa y poder delegado que renuncia a cualquier pretensión instituyente.
Pero no siempre es así y a veces puede tener impacto constituyente incluso inconscientemente,
como sucede con cierto “ativismo judiciario” que Brasil ha experimentado en la
última década. Recordemos que el canciller prusiano Bismarck solía afirmar que
no le importaba quien hiciera las leyes, siempre en cuanto fuera él mismo quien
hiciera sus reglamentos de aplicación. Como vemos su mentalidad encaja
perfectamente con la dialéctica empoderadora del Estado moderno. Pero también
enlaza con esa dinámica un pensador tan radical y diferente ideológicamente
como Michel Foucault.
Pues como
señala agudamente Jacques Rancière, Foucault muestra como habitualmente es más
decisivo el momento de la gubernamentalidad o “policía” que no de “lo político”
schmittiano, que también está muy condicionado geoestratégicamente. Ello encaja
con la teoría foucaultiana de que el poder se juga más bien en un marco
microfísico -donde todo el mundo tiene un cierto poder y ese fluye, más que no
se detenta permanentemente-. Superando la concepción macrofísica del poder donde
se presupone que sólo unos pocos lo poseen y excluyen de él a todos los
restantes agentes (Mayos, 2021). Por eso el realista Foucault analiza detalladamente
todas las prácticas del poder pues considera que se dan muy mezcladas e incluso
tienen efectos muy ambivalentes.
Al
respecto, hay muchos ejemplos históricos de como estrategias -en principio de
‘policía’ y de la dialéctica top-down de control racional por parte del Estado-
han bloqueado o desviado eficazmente grandes logros revolucionarios en la
segunda dialéctica democratizadora y bottom-up. Recientemente hemos tenido un
ejemplo de cómo la presidencia de Donald Trump puede tener un impacto a largo
plazo “casi constituyente”, a pesar de haber perdido su reelección. Pues conseguido
nombrar tres jueces conservadores para el Tribunal Supremo de los Estados
Unidos que están decantando decisivamente -quizás durante años- sentencias con
impacto ‘constituyente-destituyente’.
A partir del artículo “Macrofilosofía del Estado. El Agente y Escenario hegemónico de la Política” de Gonçal Mayos (pp. 35-60) en Democracia e Desenvolvimento. A vida em risco e o Estado em reação?, José Luiz Borges Horta, Jamile Bergamaschine Mata Diz e João Pedro Braga de Carvalho (Organizadores). Belo Horizonte: Arraes Editores, 2024, 263 p. ISBN: 978-65-5929-355-1, ISBN: 978-65-5929-363-6 (E-book). Ver los posts: - DESAFÍOS POPULISTAS Y POLÍTICAS DEL DESCONCIERTO - ¿POLÍTICA CONSTITUYENTE O POLICÍA CONSTITUIDA? - DEMOCRATIZACIÓN, EMPODERAMIENTO SOCIAL Y DERECHOS HUMANOS - EL ESTADO AL PODER Y A LA RACIONALIDAD - ESTADO: ESCENARIO INTERNO Y EXTERNO - ESTADO POPULAR, DEMOCRATIZACIÓN Y RECONOCIMIENTO -ESTATALIZACIÓN: TOP-DOWN VERSUS BOTTOM-UP
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