Hoy son de dominio público nuevos tipos de
conflictos político-interculturales que claramente enlazan con los damnificados por la
turboglobalización. En medio de las consecuencias de la larga crisis iniciada
el 2008, Europa vive el impacto de las dramáticas problemáticas planteadas por los
refugiados de África y Oriente Medio y –aún más- por los brutales atentados
jiyadistas. Junto con el terrorismo global y las llamadas guerras asimétricas,
representan una escalada en el “choque de civilizaciones” previsto en 1993 por
Samuel P. Huntington (2005).
Ahora bien, ampliamos su análisis a la luz de hechos tan significativos como que: muchos atentados jiyadistas han sido perpetrados por ciudadanos europeos de al menos segunda generación, que no estaban profundamente islamizados y que se han radicalizado solo en fechas recientes. Además, atentados similares se han producido por gente que nada tiene que ver con el Islam, en la línea por ejemplo de la masacre perpetrada el 2011 por Anders Breivik en Noruega. Por otra parte el politicólogo Gilles Kepel (1991) ha mostrado un muy parecido y paralelo proceso de radicalización integrista y fundamentalista en los tres grandes monoteísmos: tanto en el Islam como en el judaísmo y el cristianismo.
Opinamos que Huntington minimizó el impacto de las angustias y aspectos negativos de la turboglobalización y los fenómenos-inter, los cuales eran ciertamente en 1993-96 mucho más incipientes que hoy. Recordemos que en 1989 y justo antes de la caída del mundo de Berlín, que precipitó la caída de la URSS y el fin de la Guerra fría, Francis Fukuyama (1992) proclamó la culminación del proceso apuntado por Daniel Bell ya en 1960 del The End of Ideology.
Ahora bien, ampliamos su análisis a la luz de hechos tan significativos como que: muchos atentados jiyadistas han sido perpetrados por ciudadanos europeos de al menos segunda generación, que no estaban profundamente islamizados y que se han radicalizado solo en fechas recientes. Además, atentados similares se han producido por gente que nada tiene que ver con el Islam, en la línea por ejemplo de la masacre perpetrada el 2011 por Anders Breivik en Noruega. Por otra parte el politicólogo Gilles Kepel (1991) ha mostrado un muy parecido y paralelo proceso de radicalización integrista y fundamentalista en los tres grandes monoteísmos: tanto en el Islam como en el judaísmo y el cristianismo.
Opinamos que Huntington minimizó el impacto de las angustias y aspectos negativos de la turboglobalización y los fenómenos-inter, los cuales eran ciertamente en 1993-96 mucho más incipientes que hoy. Recordemos que en 1989 y justo antes de la caída del mundo de Berlín, que precipitó la caída de la URSS y el fin de la Guerra fría, Francis Fukuyama (1992) proclamó la culminación del proceso apuntado por Daniel Bell ya en 1960 del The End of Ideology.
Lo vinculó con el “fin de la historia” de los grandes conflictos basados en la búsqueda del reconocimiento y por tanto predijo erróneamente la pacificación de historia. Evidentemente ello no ha sucedido, a veces más bien lo contrario, y Huntington (2005) argumentó más eficazmente el paso a primera línea geopolítica de los conflictos por el reconocimiento civilizatorio y cultural.
Ahora bien, Huntington tampoco dio toda su importancia a la conflictividad resultante de la “destrucción creativa” provocada por la turboglobalización y los procesos-inter, que es lo que destacamos aquí. Ha damnificado diversos grupos sociales y ha provocado potentes malestares, que nos parecen decisivos para explicar gran parte de la nueva conflictividad que hoy nos horroriza y tiende a deslegitimar valores aparentemente tan sólidos como la democracia liberal y los derechos humanos. Algunos de los últimos terribles atentados radicalizan tanto el choque de civilizaciones que incluso resulta problemático clasificarlos como “jiyadistas”, a pesar de tener ciertamente escenificación e imaginario “islámicos”.
Ahora bien, Huntington tampoco dio toda su importancia a la conflictividad resultante de la “destrucción creativa” provocada por la turboglobalización y los procesos-inter, que es lo que destacamos aquí. Ha damnificado diversos grupos sociales y ha provocado potentes malestares, que nos parecen decisivos para explicar gran parte de la nueva conflictividad que hoy nos horroriza y tiende a deslegitimar valores aparentemente tan sólidos como la democracia liberal y los derechos humanos. Algunos de los últimos terribles atentados radicalizan tanto el choque de civilizaciones que incluso resulta problemático clasificarlos como “jiyadistas”, a pesar de tener ciertamente escenificación e imaginario “islámicos”.
Más allá de la primera interpretación tópica, parece
que algunos de los terroristas ya nacidos y educados en Europa, más que
profundos conocedores del Islam y fieles creyentes, eran sobre todo “lobos
solitarios” o gente ofendida por la realidad de la democracia representativa,
la integración cultural en Europa y la evolución de la sociedad
turboglobalizada.
Por eso, más que buscar consuelo en la religión islámica e interaccionar larga y profundamente con ella, optaron por el ejemplo radical y violento de Daesh/Estado Islámico. Significativamente su radicalización jihadista está vinculada con la turboglobalización pues Daesh ha usado muy eficazmente los massmedia para publicitar mundialmente su ideario y violentas acciones, hasta encarnar hoy –quizás más que nadie- la lucha en contra de la modernización occidental.
Por eso, más que buscar consuelo en la religión islámica e interaccionar larga y profundamente con ella, optaron por el ejemplo radical y violento de Daesh/Estado Islámico. Significativamente su radicalización jihadista está vinculada con la turboglobalización pues Daesh ha usado muy eficazmente los massmedia para publicitar mundialmente su ideario y violentas acciones, hasta encarnar hoy –quizás más que nadie- la lucha en contra de la modernización occidental.
Si nuestra hipótesis fuera cierta, algunos de esos brutales
terroristas ya nacidos y crecidos en Europa confundieron:
- la jiyad en favor del Islam con el odio radical al mundo occidental,
- la construcción de un lejano y desconocido “Estado islámico” con la destrucción del cercano –pero vivido como profundamente deslegitimado- orden “democrático” y multicultural,
- los ideales espirituales e incluso los beneficios materiales que les podría ofrecer Daesh con los malestares muy reales que experimentaban en la Europa que habitaban, pero a la que no reconocían ni tampoco se sentían adecuadamente reconocidos por ella.
- ¿CABALGAR
EL TIGRE O DESCABALGARLO?
- la jiyad en favor del Islam con el odio radical al mundo occidental,
- la construcción de un lejano y desconocido “Estado islámico” con la destrucción del cercano –pero vivido como profundamente deslegitimado- orden “democrático” y multicultural,
- los ideales espirituales e incluso los beneficios materiales que les podría ofrecer Daesh con los malestares muy reales que experimentaban en la Europa que habitaban, pero a la que no reconocían ni tampoco se sentían adecuadamente reconocidos por ella.
Por eso y en el fondo, los malestares que movilizan
muchos de esos terroristas son quizás más espirituales, psicológicos,
culturales, civilizatorios, de reconocimiento… que no estrictamente materiales
(Honneth 2009 y 2007). Por eso, más que por utopías redistributivas típicas de
Europa como el comunismo o el socialismo, se dejan motivar por los ideales
político-religiosos de Daesh, que son tanto más seductores, cuanto más lejanos
y épicamente radicales. Se busca una acción casi suicida pero épica y
“honorable” más que el apoyo económico que sin duda ofrece Daesh a sus miembros
o –incluso- que su proyecto de vida, pues este por los azares de la guerra es
muy problemático a largo plazo.
Con gran probabilidad, lo que más motiva a los
terroristas suicidas es una compulsión reactiva muy violenta en el presente,
pero reforzada de forma muy seductora con la promesa de grandes recompensas en
el más allá. Todos los estudios coinciden que lo que más impulsa a esos
jihadistas europeos es el rechazo, deslegitimación y anomía (Durkheim, 1928) que sienten en y frente a Occidente.
Parece pues que la rápida radicalización de esos terroristas –en el fondo y paradojalmente poco religiosos y superficialmente vinculados con la vida comunitaria islámica- y su autoinmolación, no son explicables por cálculos de intereses a largo plazo, sino por la reacción violenta, angustiada, anómica y desesperada a unas heridas llamémoslas “espirituales”, psicológicas y de reconocimiento. En muchos aspectos se sienten totalmente alienados y descontentos con el país –europeo- donde nacieron. Sienten totalmente deslegitimados sus valores multiculturales y sus instituciones políticas liberales. Además sienten la necesidad radical y violenta de recuperar algo de la “comunidad” perdida de sus padres.
Lamentablemente una sociedad europea bastante rica y con los restos del todavía mejor estado del bienestar de la historia de la humanidad ha satisfecho los mínimos materiales, pero no ha sido capaz de evitar, detectar ni curar esas otras heridas más “espirituales” e ideológicas. Actualmente muchos de tales malestares hunden sus raíces –nos parece- en las angustias desconcertantes nacidas con la poderosísima destrucción creativa o "compulsión impersonal" de la turboglobalización y los fenómenos-inter.
Parece pues que la rápida radicalización de esos terroristas –en el fondo y paradojalmente poco religiosos y superficialmente vinculados con la vida comunitaria islámica- y su autoinmolación, no son explicables por cálculos de intereses a largo plazo, sino por la reacción violenta, angustiada, anómica y desesperada a unas heridas llamémoslas “espirituales”, psicológicas y de reconocimiento. En muchos aspectos se sienten totalmente alienados y descontentos con el país –europeo- donde nacieron. Sienten totalmente deslegitimados sus valores multiculturales y sus instituciones políticas liberales. Además sienten la necesidad radical y violenta de recuperar algo de la “comunidad” perdida de sus padres.
Lamentablemente una sociedad europea bastante rica y con los restos del todavía mejor estado del bienestar de la historia de la humanidad ha satisfecho los mínimos materiales, pero no ha sido capaz de evitar, detectar ni curar esas otras heridas más “espirituales” e ideológicas. Actualmente muchos de tales malestares hunden sus raíces –nos parece- en las angustias desconcertantes nacidas con la poderosísima destrucción creativa o "compulsión impersonal" de la turboglobalización y los fenómenos-inter.
Del artículo de G. Mayos
“Conflictos de legitimación en la turboglobalización” en Legitimidad y acción política, Norbert Bilbeny (Coord.) con Daniel
Innerarity, José Manuel Bermudo, José A. Estévez, Félix Ovejero, Ignaci
Terradas, Jule Goikoetxea, Iñigo González, Francisco Corrales, Martha Palacio,
Ander Errasti, Miguel Mandujano, Lluís Pla, Norbert Bilbeny y Gonçal Mayos,
Universitat de Barcelona, 2018, pp. 317-338. ISBN: 978-84-9168-139-7.
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