Para abrir
una esperanzada brecha a la verdad (y también como veremos al bien), Kurosawa
introduce al final de su película Rashomon
un elemento sorprendente y totalmente nuevo. Justo cuando el cínico parece
haber enunciado la única verdad posible (no hay posibilidad alguna de
determinar apodícticamente ninguna verdad que supere el “efecto Rashomon”)..., se
oye el llanto de un recién nacido.
O bien
éste había sido abandonado antes y ahora se ha despertado, o bien alguien ha
aprovechado la lluvia para abandonarlo en el templo-puerta. Como hemos dicho,
mostrando su talante moral, el cínico desarrapado despoja el niño de las pocas
ropas y del amuleto que lleva. Indignado, el leñador le afea su “egoísta”[1] actitud,
pero éste se revuelve: “¿qué te importa lo que haga?”, “no llegaré a ninguna
parte poniéndome en su lugar”, “¿por qué no puedo ser egoísta? Hoy en día nadie
se preocupa por los demás”, “es difícil sobrevivir si no eres un egoísta”.