Los malestares de los turbohumanos de hoy (Mayos, 2023) nacen sin duda de las dificultades cognitivas e intelectivas en la comprensión de las sociedades contemporánas en su complejidad e hiperaceleración. Pero parece que aún más angustiantes son los ‘traumatas’ y rompimientos afectivos que están en la base de fenómenos tan preocupantes hoy como son la emocionalización populista (Illouz, 2023), las políticas del ‘desconcierto’ (Mayos, 2022) y la generalización del ‘burn out’ o las adicciones.
Ese nos parece el verdadero y último argumento en favor de pensar un giro afectivo precisamente hoy. Pues, sin duda el intelecto humano está siendo exigido a niveles récord en la historia por ejemplo por las tecnologías digitales y la ‘inteligencia artificial’ (Mayos), pero aún más parece estarlo por lo que respecta a las angustias psicológicas, a una emocionalidad cercana del colapso y a malestares afectivos que impiden acompañar y sustentar ese reto intelectivo -como hemos apuntado en este artículo- con la ayuda del resto de facultades humanas y del organismo corporal tal y como han evolucionado efectivamente en la especie.
Por tanto, las políticas del desconcierto y la emocionalización de los conflictos en principio ‘ideológicos’ por parte de movimientos populistas, autocráticos y con proyectos claramente iliberales obligan a reconsiderar la influencia efectiva de las distintas facultades humanas. Recordemos que en esa dirección apuntaba Ernesto Laclau cuando tituló su famoso libro del 2005 La razón populista, donde daba distintos argumentos surgidos en la nueva lógica política, donde evidentemente los afectos tienen un importante poder como también lo tuvieron en los fascismos de entre guerras, en el comunismo de la ‘sal de la tierra’ y el ‘nuevo hombre’, también en el liberalismo que convirtió la ‘libertad’ en un ‘valor-para-todo’ a pesar de que los efectos económicos fueron lo más decisivo.
Ahora bien, no parece que nunca hayan habido movimientos ideológicos de masas sin un potente uso de los afectos, pues las masas se generan hoy y siempre a partir de ardientes emociones más que de fríos argumentos. Eso ya sucedió en los primeros conflictos religiosos de masas que marcaron la Europa durante la Reforma y Contrareforma hasta la Paz de Westphalia (1648) y que impulsó una razón que llamamos ‘de hierro’ (Mayos, 2006) mucho más estricta y exigente que la humanista renacentista. Aunque esos conflictos ‘religiosos’ tenían causas económicas, vinculadas con la pugna por la hegemonía entre los nuevos Estados modernos e incluso en la carrera conquistadora y esclavista que se llevaba a cabo en las colonias es conocida la enorme violencia emocional que alcanzaron. Al respecto era comparable a los conflictos entre las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX e, incluso, de hoy día.
Los conflictos ‘religiosos’ era sin duda el background que vivieron y pensaron Spinoza o Hume dos de los pensadores más influyentes en el giro afectivo y que hoy deben ser profundizados con los desafíos resultantes de las redes sociales, las fakenews, los fenómenos de postverdad, lo que el entorno de Donald Trump llamó ‘hechos alternativos’, y el astuto uso de los afectos para impulsar teorías conspirativas, lógicas populistas y usos insanos de la razón.
Ciertamente no son mecanismos radicalmente nuevos (piensen en el ministro de propaganda Joseph Goebbels y su ‘una mentira repetida mil veces se convierte en una gran verdad’). En todo caso, es cierto que las nuevas tecnologías digitales y de inteligencia artificial (Mayos, 2020) permiten un alcance masivo muy superior y, además, discriminando adecuada, fácil y versatilmente los públicos a que se dirigen. Por efecto de la nueva ‘extimidad’[1], el exterior de las redes sociales online penetran en la que creemos nuestra intimidad cotidiana de forma tan constante, profunda y fácilmente teledirigida que pueden exacerbar tendencias peligrosas ya existentes pero que hasta hoy eran difíciles de mobilizar masivamente.
Por tanto, detrás de las peores consecuencias de la emocionalización de la política hay novedades tecnológicas que exhacerban comportamientos ya existentes pero de forma mucho más masiva y manipulable. Además, por las formas de vida en las sociedades digitales, disminuye la eficacia de los mecanismos de empatía e inhibitorios de la agresividad que funcionan en un entorno cara a cara, con gente conocida y con se es conciente que se tiene que convivir estrecha o duraderamente. Ello facilita un gran aumento de la intransigencia y agresividad gregarias, reforzadas por el entorno, por el seguidismo acrítico de los prejudicios grupales y por el principio de autoridad. Todo ello ya fue demostrado en los años 1960 por los experimentos de Stanley Milgram y la aceptación banal de comportamientos malvados que Hannah Arendt analitzó en Eichmann en Jerusalen.
Eso es algo que solo puede pensar hoy un nuevo giro afectivo, pues no eran fenómenos existentes en los otros giros afectivos del pasado. Por tanto, si hoy tenemos que pensar un posible recalibrar el poder e impacto de las distintas facultades humanas, no es tanto porque seamos cada vez más irracionales, sinó porque los cambios tecnológicos exacerban tendencias que ya antes eran peligrosas y que hoy continuan siendo ‘culpables’ como las calificaba acertadamente Kant. No es por tanto que el giro afectivo esté encontrando un nuevo homo demens dentro del hasta ahora puro homo sapiens (usando términos del antropólogo Edgar Morin). Pues como argumentó este: el homo demens ha existido siempre y nace tanto de elementos intelectivos como afectivos presentes en el homo sapiens.
Es totalmente inseparable de él, pues muchos de los comportamientos que denunciamos -como un genocidio planificado y ejecutado con perfecta logística industrial- son muy específicos de la humanidad y no suelen tener correlación en el mundo animal no humano. Al contrario, como ya denunciaban Horkheimer, Adorno, Arendt, Anders y muchos otros, es cierto que la humanidad ha evolucionado hacía la razón, pero eso no la libera totalmente de la barbarie ni de las sombras, sinó que muchas veces las recrea amplificadamente en y a través de la razón.
Así podemos valorar el grabado de Francisco de Goya con el famoso lema: ‘El sueño de la razón engendra monstruos’, el cual es interpretable al mismo tiempo como: ‘es, cuando la razón duerme y por tanto deja de actuar, que aparecen los monstruos’; pero también que: ‘es, cuando la razón tiene [ciertos] sueños, que ella engendra monstruos’. Similarmente, a lo largo de la historia, los ‘sueños de la razón’ han sido interpretados unas veces como ‘fantasías que nada que tienen a ver con la razón’ y, otras veces, como ‘ideales fanatizados y característicos de la razón’.
Parece pues que no hay ninguna facultad libre de responsabilidades en la lamentable barbarie humana y que, por tanto, en lugar de buscar una facultad ‘salvadora’ y que podamos potenciar aisladamente en contra de las otras, parece mucho más fructífero fomentar sana y equilibradamente a las distintas facultades humanas, para que se vigilen saludablemente entre sí (como hacen los poderes e instituciones del Estado democrático de derecho) y así evitar tendencias unilaterales (Herbert Marcuse) y fanatizables.
Pues, reivindicamos con Spinoza, la busqueda del
saludable equilibrio de una ‘mens sana in corpore sano’, que sepa reivindicar y
a la vez curar racionalmente lo afectos. Pues todavía no sabemos todo lo que es
o puede llegar a ser lo humano.
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[1] Véanse
mis posts CAPITALISMO MONOTEMÁTICO Y EXTIMIDAD y POLITICA ES CULTURA Y CULTURA
ES POLITICA en los respectivos links https://goncalmayossolsona.blogspot.com/2014/03/capitalismo-monotematico-y-extimidad.html
y https://goncalmayossolsona.blogspot.com/2013/08/political-is-cultural-as-cultural-is.html#more
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